Lydiette Carrión
Jenifer y su hermanito caminaron las pocas
cuadras que separan la casa de su abuela
de la guardería. A las 11:30 de la mañana estaban a la puerta del lugar, la adolescente de 15 años
se despidió del pequeño y de las educadoras, quienes la vieron regresar por
donde vino. Fueron ellas quienes describieron la ropa que llevaba: un pantalón
de mezclilla, blusa azul cielo, chanclitas negras, ya que esa fue la última vez
que alguien la vio. Jenifer no llegó a su casa, algo le
pasó en un trayecto de no más de cinco minutos a pie. Era el 11 de enero de
2012, cuando se desvaneció en la colonia Rinconada del Molino, delegación Iztapalapa,
Distrito Federal.
Pasaron horas antes de que alguien se diera
cuenta de la desaparición de Jenifer. Su mamá, María Eugenia, estuvo trabajando
ajena a lo que ocurría, hasta que, por la tarde, la llamó para decirle que
pasaría por ella a la secundaria. Aunque al principio entraba la llamada al
celular, Jenifer no contestó, y tras varios intentos, alguien apagó el celular.
Entonces María Eugenia llamó a las oficinas de la secundaria a la que asistía y
preguntó por su hija; le dijeron que no había ido a clases. La madre regresó a
casa y ahí encontró intactos el uniforme y la mochila de su hija. Jenifer nunca
había regresado de dejar a su hermanito.
La familia de Jenifer comenzó a buscarla
con sus amigos, sus conocidos y su familia. No dieron aviso a las autoridades
inmediatamente, sino hasta el 17 de
enero, cuando uno de sus tíos se presentó al Centro de Apoyo para Personas
Extraviadas y Ausentes (CAPEA). De ahí lo canalizaron a la procuraduría. La
denuncia fue interpuesta casi una semana después. Había pasado mucho tiempo.
Para entonces, el teléfono de Jenifer, que tenía un número de Zihuatanejo
(porque fue un regalo que su padre le trajo de un viaje), estaba apagado. No
fue posible hallar rastro alguno durante todo enero.
MENSAJES
INQUIETANTES
A mediados de febrero, alguien encendió el
teléfono de Jenifer durante unos 20 días. Su madre la llamó sin descanso; pero nadie
atendía las llamadas; sólo en una ocasión le enviaron un mensaje de texto en el
que advertían que dejaran de llamar a ese número. María Eugenia siguió abonando
crédito al celular, en caso de que Jenifer lo tuviera y pudiera comunicarse.
“Cuando estuvo prendido el celular fui a CAPEA
y les informé. Pero me dijeron ‘es que
se debió haber ido con el novio’. Pero mi hija no tenía novio”, dice la madre,
enfadada.
La familia contrató a un investigador
privado para conseguir el registro de llamadas del celular de Jenifer.
Consiguieron la información un poco antes de que lo hiciera la procuraduría del
Distrito Federal. Hallaron un comportamiento extraño: sólo salían y entraban
mensajes de texto hacia números de diferentes estados del país: Puebla,
Sinaloa, entre varios.
Las autoridades del DF han pedido la
colaboración con la Policía Federal. Pero, cada vez que María Eugenia les pregunta
cuándo actuarán, responden que están esperando unos oficios de los federales. Y
en esa espera ha pasado casi un mes y medio. Mientras, la pista se enfría y el
expediente de Jenifer se engrosa sólo de oficios burocráticos; si bien
no existen diligencias. “El expediente de mi hija ya está bien grande, de
tantos oficios que mandan. Pero en realidad no hay nada”, explica la madre,
desalentada.
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ResponderBorrarEsta pequeña ya fue encontrada con vida.
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