sábado, 29 de mayo de 2010
Goodbye Arizona
Arizona fue el primer lugar que visité fuera de México . Pasé seis meses allá por razones familiares. Tenía 21 años. Desde entonces, en promedio viajo una o dos veces al año, también por razones afectivas y familiares. En general aprovecho esos viajes para comprar muchos libros y visitar los maravillosos parques naturales que tienen: desiertos llenos de sahuaros, bosques con osos negros y jaguares, minas embrujadas, caminos olvidados y llenos de sorpresas.
Con la ley SB 1070, ya no lo haré más.
La historia de la derechización de Arizona, ha sido lenta. Cuando viví allá, las cosas eran diferentes.
Por eso, cuando la gente en México lee acerca de los Minutemen, y ahora, sobre la ley SB 1070, pervive la sensación de que Arizona siempre fue así; si bien el racismo y la consigna de “juntos pero no revueltos” ocurre en todo Estados Unidos, el grado de hostilidad en Arizona es nuevo e inédito.
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El sur de Arizona (que comprende un poco más al norte Tucson hasta la frontera con Nogales, Sonora) fue la última fracción de territorio mexicano que pasó a formar parte de Estados Unidos.
Por eso, en esa región lo mexicano y lo estadunidense se confunde. No estoy segura de la estadística actual, pero hace diez años la mitad de la población era de origen mexicano en el sur de Arizona. Y son sonorenses en su mayoría.
(Según datos del Pew Hispanic Center, la población hispana, que en su mayoría es mexicana, en toda Arizona roza el 38 por ciento.)
Guadalupe Castillo, profesora del Pimma Community College (que fue mi maestra en historia mexicano—americana) explicaba que la población de origen mexicano en la región no se compone en su mayoría de los migrantes jornaleros del sur de México, sino de los sonorenses, y algunos sinaloenses, a lo mucho.
Y es que Sonora y Arizona eran hasta hace 30 años, una unidad cultural, ecológica y económica. Guadalupe Castillo me platicaba que entonces no había una frontera como la de ahora. Los amigos y familiares de las familias que habían quedado del lado estadunidense, cruzaban caminando la frontera sin mayor problema para visitar, para trabajar o para comprar del otro lado. Y visceversa.
La frontera era borrosa e indefinida, sobre todo, en el aspecto cultural.
Inclusive, decía Guadalupe Castillo en su clase, el arquetipo fundacional del estadunidense: el cowboy que conquista el salvaje oeste, es una imitación del vaquero de Texas, Sonora, las californias.
¡Qué emblemático! ¡La figura que define al estadunidense es un regalo de la cultura mexicana!
Hay regiones de Tucson (por supuesto las más pobres) en donde uno encuentra en las tiendas un cartel que invita: “English Spoken”.
Algunos ciudadanos estadunidenses (de piel bronces y cabello oscuro) aprenderán el inglés de forma tardía, en el high school o después.
Arizona era hasta mediados de los años setenta e inicios de los ochenta, todavía un lugar lejano, con una baja tasa de densidad poblacional; un cúmulo de pueblitos más o menos grandes, más o menos rurales, a excepción del corredor universitario formado por la norteña Flagstaff (a un costado del legendario Gran Cañón), la moderna Phoenix (inventada por la incipiente raza blanca que llegó a colonizar a la salvaje Arizona) y el pintoresco Tucson (una de las concentraciones humanas más antiguas de la región, y que en el paso del siglo xx adquirió cierto sabor a hippie, como si las comunas de los años setenta la hubieran refundado).
Pero a mediados de los setenta e inicios de los ochenta, decenas y luego cientos de hombres blancos que venían huyendo de las atiborradas ciudades del este, y de las violentas ciudades del oeste (como Los Ángeles) buscaron refugio en los horizontes interminables; en el calor de más de cincuenta grados; en las noches de estrellas espectaculares, que sólo el límpido y carente de humedad cielo del desierto puede dar.
Y comenzó la guerra: los poblados, semirrurales, tranquilos y salvajes se vieron perturbados por los “snowbirds” (pájaros de invierno: así se les llama a los pobladores de lugares más fríos, como Nueva York o Boston, que pasan los meses más frío del invierno en Arizona) que, en un momento dado, ya no emigraron más y se quedaron.
A eso se sumó, en los noventa, la oleada de trabajadores mexicanos que, desplazados por el desastre que significó el TLC para el campo mexicano, emigraron buscando trabajo y sustento.
Por un lado, Arizona seguía siendo rural y salvaje. Por el otro, Phoenix se convertía en la tercera ciudad con mayor crecimiento poblacional de todo Estados Unidos, por último, los mexicanos salían huyendo de otra gran violación de derechos humanos: la falta de trabajos, oportunidades de crecimiento y vida digna en nuestro país.
Todo esto mezclado en uno de los estados más pobres de la Unión Americana, aunado a una educación republicana y rural, alejada de las grandes vanguardias culturales y políticas de las costas estaunidenses.
Se presentó la oportunidad para personajes como Joe Arpaio, sheriff del condado de Maricopa desde 1992 (al que pertenece Phoenix), famoso por retacar las cárceles de su condado y, para ahorrar, limitó su nutrición a dos comidas al día; y porque “acomoda” a los presos (sin importar el color) en carpas durante el verano: sin ningún tipo de alivio para los ardientes veranos de la región (en los que las temperaturas alcanzan los 42 grados centígrados.
Progresivamente, se fueron reduciendo prebendas para los indocumentados. Algunas disposiciones en salud por aquí, otras en educación por allá. Hasta ahora, con la ley SB 1070, que promueve el racismo y la discriminación de forma exponencial.
(En contraparte, se ha generado un importante movimiento social.)
Lo que la “gente blanca” no ha tomado en cuenta es que el malestar de Arizona no se debe sólo a los migrantes (de los cuales, proporcionalmente, se quedan pocos en el estado. Arizona es sobre todo un estado de tránsito).
Es uno de los estados más golpeados por la recesión, ya que parte de su crecimiento se debía a la industria de la construcción, una de las más aniquiladas durante la crisis del año pasado. De hecho, Arizona es uno de los estados con recuperación más lenta, por lo que el desempleo no ha amainado.
Aún si se fueran todos los migrantes ilegales, la pobreza de Arizona no cesaría, que, fuera de ese corredor Flaggstaff--Phoenix--Tucson, tiene poco desarrollo industrial y tecnológico.
Lo que si es que los centros comerciales que siempre estaban llenos de mexicanos, dejarán de estarlo.
Por lo pronto, sólo queda despedirme de Arizona, hermoso lugar que, a pesar de lo que ocurre ahora, yo sólo puedo ligar en mi memoria con su belleza en el paisaje, y con ser el lugar en el que por primera vez en mi vida ejercí mi libertad.
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