Por Lydiette Carrión
La relación entre México y Estados Unidos siempre estará en la línea de fuego, de una manera compleja, a veces torcida, tormentosa. Pero ha dejado una huella profunda en la novela moderna estadounidense, como es el caso de James Ellroy.
Tal es el caso de la obra del escritor estadunidense James Ellroy, en la que lo mexicano, si bien es marginal, está siempre presente y parece servir como inmersión a lo salvaje. En cada novela existe al menos un pasaje, siempre oscuro, atrayente y repelente, marcado por el sexo, la muerte y lo desconocido.
En su primer libro, Réquiem por Brown, esta relación con el mexicano es amable. El protagonista por un momento envidia la marginalidad del migrante, ya que conlleva la libertad. El detective Fritz Brown y Stan buscan a “Fat Dog”, un caddie y delincuente, que acampa cada noche en los campos de golf. “Había venido a hablar con un asesino, un sicótico cuya forma de vida me resultaba incomprensible, pero por un segundo envidié la soledad de su refugio. Si vivía ahí tenía muy buen gusto y disfrutaba lo mejor de dos mundos”.
Ese “buen gusto” que envidia Brown pertenecen también a los mexicanos que apenas han llegado a Estados Unidos.
Paré y de pronto nos vimos sorprendidos por una música mexicana. A continuación oí risas. Al irse acostumbrando mis ojos a la oscuridad pude distinguir una barraca de gran tamaño a mi derecha. Había unos hombres sentados en las escaleras de la entrada bebiendo cerveza…
—Hola —dije—, estamos buscando al Perro, perro grande y blanco.
Eso rompió el hielo. Las cinco o seis voces que contestaron a mi pregunta eran amables. Por lo que pude entender, todos dijeron lo mismo. No habían visto a ningún perro grande y blanco. Debería haberles dicho que buscaba un perro gordo, pero no sabía decirlo en español…
Cuando Stan y yo nos introdujimos de nuevo en la oscuridad, volvieron a poner música mariachi. En silencio, les deseé una vida feliz en América.
Viajes internos
Beverlly Hills
México nunca es el escenario principal de las pesadillas policiacas de Ellroy. Ese honor sólo está reservado a la ciudad de los Ángeles. Pero en los momentos más oscuros México emerge como escenario alterno, inestable, inseguro y mortal.
En La Dalia Negra, obra que inaugura el L.A. Quartet (cuatro novelas ambientadas en Los Ángeles de los años cuarenta y cincuenta, y en las que Ellroy mezcló hechos históricos con la ficción), el detective Bucky Bleicher realiza una jornada de introspección en los paisajes de Baja California. Bucky emprende un viaje en coche desde Los Ángeles a Tijuana primero y después a Ensenada, en busca de su compañero policía Lee Blanchard.
En la literatura de Ellroy pervive esta imagen de Tijuana y Baja California como un patio trasero; un sitio destinado al turismo más oscuro; un urinal.
México nunca es el escenario principal de las pesadillas policiacas de Ellroy. Ese honor sólo está reservado a la ciudad de los Ángeles. Pero en los momentos más oscuros México emerge como escenario alterno, inestable, inseguro y mortal.
Bucky llega a un bar, el último bar de una oscura calle en Ensenada, llamado “Satán”, una construcción de adobe con un “ingenioso” letrero de neón: un diablo con una erección en forma de tridente. El cadenero era un pequeño “camisa marrón” (es decir, un policía federal) que escudriñaba a la clientela. Las charreteras de su uniforme estaban llenas de billetes de a dólar.
Los marines y marineros podían masturbarse mientras miraban a las bailarinas. Algunos pagaban por sexo oral debajo de la mesa. Un burro con cuernos de diablo atados a las orejas comía heno en un rincón… En suma, turismo sexual, de mala muerte, totalmente dedicado al “gringo” de tropa, a los uniformados, satura la imagen de pesadilla de un lugar miserable y corrupto…
Como ente temible y taciturno en las historias de Ellroy estará la policía mexicana, compuesta de hombres amables si hay dinero de por medio. Pero, detrás de una aparente docilidad frente al gringo, las cosas pueden tomar otro matiz, y nadie, nunca, hallará tu cadáver.
Bucky visita un cementerio clandestino destinado a los despojos de los rurales. “Hay un hoyo de arena por la playa. Los rurales tiran fiambres ahí. Un chico me dijo que vio a un montón de tropa enterrando a un hombre blanco, grande…”, le dice un soplón a Bucky.
Como ente temible y taciturno en las historias de Ellroy estará la policía mexicana, compuesta de hombres amables si hay dinero de por medio. Pero, detrás de una aparente docilidad frente al gringo, las cosas pueden tomar otro matiz, y nadie, nunca, hallará tu cadáver.
La fosa clandestina estaba a diez millas al sur de Ensenada. Justo al lado de la costera, mirando hacia el océano. Una gran cruz, en llamas, marcaba el lugar. El soplón le explica: “No es lo que tú crees. Los locales mantienen esto prendido porque no saben quién está enterrado aquí y muchos de ellos tienen personas queridas que están desaparecidas. Ellos queman las cruces y los rurales lo toleran…”
Bucky encontró a su compañero enterrado, putrefacto, mirando al mar, en tierra mexicana. Ahí lo dejó. No le dijo a nadie dónde estaba su cadáver.
El amor mexicano
L.A. Confidential, la película
En L.A. Confidential Ellroy describe el amor socialmente inapropiado entre el detective Ed Exley e Inez Soto, víctima de una violación en pandilla. El policía sabe que no puede hacerla su esposa porque eso destruiría su carrera. Ella acepta el concubinato porque después de la violación su familia la ha rechazado y, explica, “ningún mexicano se acercará a una mujer que fue violada por una pandilla de negritos putos (en español en el original)”.
Pero pasan los años e Inez transita de un amor tibio, medido y marcado por el resentimiento, a la frialdad y luego al desprecio. Lo único que le queda a ella en la vida es su lugar de trabajo, Dreamland (Disneylandia); sólo la ejemplificación más burda del sueño americano apacigua el dolor y las heridas internas de Inez. Heridas que el amor del hombre blanco sólo lastimó aún más.
Queda así la mujer mexicana definida por una belleza oscura e inquietante, pero siempre distante, resentida. Incapaz de amar con certeza al hombre blanco. Y el hombre blanco llevará ese amor con culpa y en secreto. Porque lo correcto sería despreciarla. ®
Publicado en Replicante
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martes, 22 de febrero de 2011
sábado, 29 de mayo de 2010
Goodbye Arizona

Arizona fue el primer lugar que visité fuera de México . Pasé seis meses allá por razones familiares. Tenía 21 años. Desde entonces, en promedio viajo una o dos veces al año, también por razones afectivas y familiares. En general aprovecho esos viajes para comprar muchos libros y visitar los maravillosos parques naturales que tienen: desiertos llenos de sahuaros, bosques con osos negros y jaguares, minas embrujadas, caminos olvidados y llenos de sorpresas.
Con la ley SB 1070, ya no lo haré más.
La historia de la derechización de Arizona, ha sido lenta. Cuando viví allá, las cosas eran diferentes.
Por eso, cuando la gente en México lee acerca de los Minutemen, y ahora, sobre la ley SB 1070, pervive la sensación de que Arizona siempre fue así; si bien el racismo y la consigna de “juntos pero no revueltos” ocurre en todo Estados Unidos, el grado de hostilidad en Arizona es nuevo e inédito.
**
El sur de Arizona (que comprende un poco más al norte Tucson hasta la frontera con Nogales, Sonora) fue la última fracción de territorio mexicano que pasó a formar parte de Estados Unidos.
Por eso, en esa región lo mexicano y lo estadunidense se confunde. No estoy segura de la estadística actual, pero hace diez años la mitad de la población era de origen mexicano en el sur de Arizona. Y son sonorenses en su mayoría.
(Según datos del Pew Hispanic Center, la población hispana, que en su mayoría es mexicana, en toda Arizona roza el 38 por ciento.)
Guadalupe Castillo, profesora del Pimma Community College (que fue mi maestra en historia mexicano—americana) explicaba que la población de origen mexicano en la región no se compone en su mayoría de los migrantes jornaleros del sur de México, sino de los sonorenses, y algunos sinaloenses, a lo mucho.
Y es que Sonora y Arizona eran hasta hace 30 años, una unidad cultural, ecológica y económica. Guadalupe Castillo me platicaba que entonces no había una frontera como la de ahora. Los amigos y familiares de las familias que habían quedado del lado estadunidense, cruzaban caminando la frontera sin mayor problema para visitar, para trabajar o para comprar del otro lado. Y visceversa.
La frontera era borrosa e indefinida, sobre todo, en el aspecto cultural.
Inclusive, decía Guadalupe Castillo en su clase, el arquetipo fundacional del estadunidense: el cowboy que conquista el salvaje oeste, es una imitación del vaquero de Texas, Sonora, las californias.
¡Qué emblemático! ¡La figura que define al estadunidense es un regalo de la cultura mexicana!

Hay regiones de Tucson (por supuesto las más pobres) en donde uno encuentra en las tiendas un cartel que invita: “English Spoken”.
Algunos ciudadanos estadunidenses (de piel bronces y cabello oscuro) aprenderán el inglés de forma tardía, en el high school o después.
Arizona era hasta mediados de los años setenta e inicios de los ochenta, todavía un lugar lejano, con una baja tasa de densidad poblacional; un cúmulo de pueblitos más o menos grandes, más o menos rurales, a excepción del corredor universitario formado por la norteña Flagstaff (a un costado del legendario Gran Cañón), la moderna Phoenix (inventada por la incipiente raza blanca que llegó a colonizar a la salvaje Arizona) y el pintoresco Tucson (una de las concentraciones humanas más antiguas de la región, y que en el paso del siglo xx adquirió cierto sabor a hippie, como si las comunas de los años setenta la hubieran refundado).
Pero a mediados de los setenta e inicios de los ochenta, decenas y luego cientos de hombres blancos que venían huyendo de las atiborradas ciudades del este, y de las violentas ciudades del oeste (como Los Ángeles) buscaron refugio en los horizontes interminables; en el calor de más de cincuenta grados; en las noches de estrellas espectaculares, que sólo el límpido y carente de humedad cielo del desierto puede dar.
Y comenzó la guerra: los poblados, semirrurales, tranquilos y salvajes se vieron perturbados por los “snowbirds” (pájaros de invierno: así se les llama a los pobladores de lugares más fríos, como Nueva York o Boston, que pasan los meses más frío del invierno en Arizona) que, en un momento dado, ya no emigraron más y se quedaron.
A eso se sumó, en los noventa, la oleada de trabajadores mexicanos que, desplazados por el desastre que significó el TLC para el campo mexicano, emigraron buscando trabajo y sustento.
Por un lado, Arizona seguía siendo rural y salvaje. Por el otro, Phoenix se convertía en la tercera ciudad con mayor crecimiento poblacional de todo Estados Unidos, por último, los mexicanos salían huyendo de otra gran violación de derechos humanos: la falta de trabajos, oportunidades de crecimiento y vida digna en nuestro país.
Todo esto mezclado en uno de los estados más pobres de la Unión Americana, aunado a una educación republicana y rural, alejada de las grandes vanguardias culturales y políticas de las costas estaunidenses.
Se presentó la oportunidad para personajes como Joe Arpaio, sheriff del condado de Maricopa desde 1992 (al que pertenece Phoenix), famoso por retacar las cárceles de su condado y, para ahorrar, limitó su nutrición a dos comidas al día; y porque “acomoda” a los presos (sin importar el color) en carpas durante el verano: sin ningún tipo de alivio para los ardientes veranos de la región (en los que las temperaturas alcanzan los 42 grados centígrados.
Progresivamente, se fueron reduciendo prebendas para los indocumentados. Algunas disposiciones en salud por aquí, otras en educación por allá. Hasta ahora, con la ley SB 1070, que promueve el racismo y la discriminación de forma exponencial.
(En contraparte, se ha generado un importante movimiento social.)
Lo que la “gente blanca” no ha tomado en cuenta es que el malestar de Arizona no se debe sólo a los migrantes (de los cuales, proporcionalmente, se quedan pocos en el estado. Arizona es sobre todo un estado de tránsito).
Es uno de los estados más golpeados por la recesión, ya que parte de su crecimiento se debía a la industria de la construcción, una de las más aniquiladas durante la crisis del año pasado. De hecho, Arizona es uno de los estados con recuperación más lenta, por lo que el desempleo no ha amainado.
Aún si se fueran todos los migrantes ilegales, la pobreza de Arizona no cesaría, que, fuera de ese corredor Flaggstaff--Phoenix--Tucson, tiene poco desarrollo industrial y tecnológico.
Lo que si es que los centros comerciales que siempre estaban llenos de mexicanos, dejarán de estarlo.
Por lo pronto, sólo queda despedirme de Arizona, hermoso lugar que, a pesar de lo que ocurre ahora, yo sólo puedo ligar en mi memoria con su belleza en el paisaje, y con ser el lugar en el que por primera vez en mi vida ejercí mi libertad.

martes, 16 de febrero de 2010
La bruja rusa del desierto
Era finales de los años noventa. Era la primera vez que tenía oportunidad de explorar un país diferente al mío, con calma: conocer la lengua, las formas, los usos y costumbres. Estaba en Arizona, bajo el sol asesino del desierto.
Tomaba clases de inglés en Pimma Community College. Era finales del verano ardiente, y mi salón estaba compuesto, en su mayoría, de estudiantes mexicanos del norte del país, quienes acostumbran estudiar un par de años en Estados Unidos y conocer el idioma.
Una primera minoría estaba compuesta por jóvenes provenientes de Asia, en particular de China; pero había vietnamitas, coreanos. Y el grupo más pequeño lo conformaban cuatro mujeres rusas, de entre cincuenta y sesenta años, quienes habían llegado a Estados Unidos recientemente.
Como se observa en los estudios del melting pot estadunidense, los asiáticos se hacían amigos de los asiáticos; los mexicanos de los mexicanos, y las rusas, pues convivían entre sí. No había mucho contacto entre los grupos, más que de forma periférica.
En general, el grupo de mexicanos se refería a las rusas como “las brujas”. Encontraban fuera de lugar sus joyas antiguas, elegantes y pesadas, sus ámbares; el sonido delicado y complejo de su lengua. A los mexicanos les incomodaba por supuesto su vejez, enquistada en medio del sueño americano barato del community college.
En la clase de Intermediate Reading, cada alumno debía terminar un libro en inglés en el original y exponer una reseña ante la clase. La mayoría hacía trampa. Total, acreditar el idioma era para muchos una forma de conseguir un mejor trabajo. Para otros, era un requisito antes de entrar a la universidad. Las señoras rusas no fueron la excepción. Una de ellas eligió leer a Tolstoi en inglés.
La mujer, de quien no recuerdo el nombre, se postró con su chal, sus ámbares y su copia usada de Tolstoi (no recuerdo qué novela era) en inglés ante la clase.
Comenzó su exposición y se trabó. No supo cómo explicar la trama. Mientras, los mexicanos seguían hablando en español, a pesar de que la maestra suplicaba que durante la clase sólo se hablara en inglés y de este modo nadie se sintiera excluido.
Las mexicanas murmuraban lo que todos ya sabían: la mujer había leído el libro en ruso, no en inglés.
Después de intentar explicar la trama por un rato y de haber sido cuestionada por la maestra, la mujer se dio por vencida y por primera vez la escuché con un fluido inglés: explicó que extrañaba profundamente su tierra, pero que de ella no quedaba nada y había tenido que emigrar, a pesar de su edad, a un lugar desconocido y caluroso como Arizona. Que había leído a Tolstoi en su juventud y que las novelas modernas no tenían comparación con la profundidad de la novela rusa. Que se sentía perdida y sin patria en medio de ese desierto, en donde no conocía a nadie, mientras sabía que el país que la había visto nacer se caía en ruinas. Que extrañaba la nieve y en su lugar sólo había arena de un desierto infernal. Se sentó.
Los mexicanos siguieron llamándola bruja. Parece que no les importó el drama humano que nos compartía. Por su parte, la maestra hizo de la vista gorda y la aprobó. Yo me odié desde entonces por no haber superado a mi grupo, y haberme acercado a esa mujer, para que me platicara de su tierra lejana de noches blancas y blancas nieves.
(Las historias más complejas siempre rebasan la inmediatez de la nota. Y las historias más profundas no son las de primera plana; porque la capacidad de hacer vibrar el alma está reservada a otros alientos, y no los de la estridencia.)
Tomaba clases de inglés en Pimma Community College. Era finales del verano ardiente, y mi salón estaba compuesto, en su mayoría, de estudiantes mexicanos del norte del país, quienes acostumbran estudiar un par de años en Estados Unidos y conocer el idioma.
Una primera minoría estaba compuesta por jóvenes provenientes de Asia, en particular de China; pero había vietnamitas, coreanos. Y el grupo más pequeño lo conformaban cuatro mujeres rusas, de entre cincuenta y sesenta años, quienes habían llegado a Estados Unidos recientemente.
Como se observa en los estudios del melting pot estadunidense, los asiáticos se hacían amigos de los asiáticos; los mexicanos de los mexicanos, y las rusas, pues convivían entre sí. No había mucho contacto entre los grupos, más que de forma periférica.
En general, el grupo de mexicanos se refería a las rusas como “las brujas”. Encontraban fuera de lugar sus joyas antiguas, elegantes y pesadas, sus ámbares; el sonido delicado y complejo de su lengua. A los mexicanos les incomodaba por supuesto su vejez, enquistada en medio del sueño americano barato del community college.
En la clase de Intermediate Reading, cada alumno debía terminar un libro en inglés en el original y exponer una reseña ante la clase. La mayoría hacía trampa. Total, acreditar el idioma era para muchos una forma de conseguir un mejor trabajo. Para otros, era un requisito antes de entrar a la universidad. Las señoras rusas no fueron la excepción. Una de ellas eligió leer a Tolstoi en inglés.
La mujer, de quien no recuerdo el nombre, se postró con su chal, sus ámbares y su copia usada de Tolstoi (no recuerdo qué novela era) en inglés ante la clase.
Comenzó su exposición y se trabó. No supo cómo explicar la trama. Mientras, los mexicanos seguían hablando en español, a pesar de que la maestra suplicaba que durante la clase sólo se hablara en inglés y de este modo nadie se sintiera excluido.
Las mexicanas murmuraban lo que todos ya sabían: la mujer había leído el libro en ruso, no en inglés.
Después de intentar explicar la trama por un rato y de haber sido cuestionada por la maestra, la mujer se dio por vencida y por primera vez la escuché con un fluido inglés: explicó que extrañaba profundamente su tierra, pero que de ella no quedaba nada y había tenido que emigrar, a pesar de su edad, a un lugar desconocido y caluroso como Arizona. Que había leído a Tolstoi en su juventud y que las novelas modernas no tenían comparación con la profundidad de la novela rusa. Que se sentía perdida y sin patria en medio de ese desierto, en donde no conocía a nadie, mientras sabía que el país que la había visto nacer se caía en ruinas. Que extrañaba la nieve y en su lugar sólo había arena de un desierto infernal. Se sentó.
Los mexicanos siguieron llamándola bruja. Parece que no les importó el drama humano que nos compartía. Por su parte, la maestra hizo de la vista gorda y la aprobó. Yo me odié desde entonces por no haber superado a mi grupo, y haberme acercado a esa mujer, para que me platicara de su tierra lejana de noches blancas y blancas nieves.
(Las historias más complejas siempre rebasan la inmediatez de la nota. Y las historias más profundas no son las de primera plana; porque la capacidad de hacer vibrar el alma está reservada a otros alientos, y no los de la estridencia.)
lunes, 4 de enero de 2010
Macho B

En el verano de 1996, un cazador y su esposa descubrieron al que ha sido el último jaguar en el desierto de Arizona, y el último jaguar salvaje en territorio de Estados Unidos.
Iban cazando leones de montaña. Guardaron los rifles y sacaron la cámara de video. Se enamoraron de este animal. Y junto con ellos, una parte importante de la comunidad del sur de Arizona.
En primer lugar porque se trata de un felino de la selva presente en el desierto de América del norte, compartiendo su territorio con leones de montaña y osos negros. Además, aunque hasta mediados del siglo XX todavía se le había visto de manera relativamente frecuente en la región, su presencia cada vez fue más esporádica y escasa, hasta que se llegó a determinar que había desaparecido. El último reporte de jaguares en la zona había sido de 1986.
La comunidad se emocionó con el descubrimiento, y bautizó al jaguar “Macho B”.
Junto con grupos conservacionistas, biólogos y el propio gobierno local, el cazador y su esposa emprendieron un proyecto de monitoreo en un área semi montañosa cerca de la frontera con México.
Colocaron varias cámaras que tomarían fotografías cada vez que detectaran movimiento o calor durante varios años. Así descubrieron que había dos jaguares.
El equipo logró estudiar patrones de comportamiento no sólo del jaguar, sino de los otros animales: leones de montaña, gatos monteses, venados, jabalíes y el rey de ese ecosistema: el oso negro.
También lograron identificar patrones de conducta de otro animal: el hombre. Fueron fotografiados, por lo general si saberlo: jinetes, hikers, cazadores, inmigrantes indocumentados, miembros de la patrulla fronteriza, traficantes de droga al menudeo (mulas), e incluso amantes de la naturaleza que toman sus paseos totalmente desnudos. (Parece que el sur de Arizona todavía guarda la herencia hippie setentera de los que fueron a fundar comunas en medio del desierto.)
En un mismo lugar, fueron fotografiados por la misma cámara: caminantes, inmigrantes, osos, leones, un jaguar, jabalíes.
***
Yo tuve una pequeña aventura en esa región.
En el verano de 2009, salí a hacer una caminata de 14 kilómetros (ida y vuelta) sola, con la única compañía de la perra de mi hermano L. Inició en Madera Canyon, en las faldas de las montañas Santa Rita, que conforman un descanso de frescor y verdor en medio del asesino calor del desierto en los meses de agosto.
D y yo caminamos muy felices las cinco millas desde madera Canyon hasta la cima de la montaña. Pero de regreso, a la mitad del trayecto, D sufrió un golpe de calor.
El golpe de calor es un problema relativamente común en los perros con dueños ineptos. Resulta que el sistema de enfriamiento de los humanos (por medio del sudor) es mucho más efectivo que el de nuestros compañeros los perros, quienes se refrescan por la lengua, mediante el jadeo. Eso hace que ellos requieran más intervalos de descanso en largas caminatas o carreras.
D. pesa más de 30 kilos. Sólo la podía cargar por trayectos, y me cayó la noche en medio de la montaña.
El Parque Nacional de las montañas Santa Rita no es como ir a caminar al Desierto de los leones (donde el peligro son los maleantes). No. Ahí arriba hay osos, jabalíes, leones de montaña. Conforme fue cayendo la noche y yo ya no podía seguir cargando a D… entré en un pequeño pánico. La dejé en medio del camino para ir a pedir ayuda.
Hablé a L., quien de inmediato salió en camino. Mientras, regresé con D para darle agua y ponerle unos hielos en la panza (los dueños de una cabaña me dijeron que debía enfriar a como diera lugar a la perra).
Me cayó la noche en plena montaña. De ida habíamos visto muchos venados. Tantos que incluso me pusieron nerviosa. En la oscuridad mi imaginación se trasladó a los osos negros.
Cuando volví con D., olía chistoso. L. nos encontró y cargó a D. fuera del bosque. Una vez en casa, nos dimos cuenta que el olor era de zorrillo. Aparentemente D tuvo un desafortunado encuentro con uno de esos animales crepusculares en mi ausencia.
***
El homicidio “imprudencial” de Macho B
En los últimos años, mientras las autoridades levantaban el muro fronterizo entre Sonora y Arizona, grupos ambientalistas de ambos lados de la frontera comenzaron a alzar la voz y a denunciar que este muro no sólo afectaría los patrones de migración de personas, sino que sería un terrible impacto para el equilibrio de un sistema tan delicado como es el del desierto de Sonora-Arizona.
El norte de Sonora y el sur de Arizona forman una unidad ecológica y ambiental que no puede ser dividida sólo por una frontera, pues se trata del mismo desierto. Un desierto delicado y complejo por su estructura, ya que en él no sólo se encuentran los animales típicos de zonas áridas, como alacranes, serpientes, coyotes. En las dispersas cadenas montañosas en la región ocurre lo que se llaman “islas climáticas”: en medio de ese maravilloso desierto, en las montañas hay pequeños ecosistemas que son muy diferentes del desierto: hay profundos, si bien pequeños bosques de coníferas, las cuales pueden ser sorprendidos por tormentas de nieve incluso en noviembre. Ahí hay venados, osos, zorros, ardillas, zorrillos.
También hay montañas, cañones y sumideros semiáridos, en donde conviven animales de ambos de mundos… y como la propia presencia del jaguar indica: hay animales que son considerados propios de las regiones semiselváticas.
En medio de esta discusión se encontró Macho B. En el año de 2009, en medio de la interminable protesta de ambientalistas en contra del muro entre Sonora y Arizona, Macho B fue capturado por el departamento de “Game and Fish” de Arizona, y como resultado de un mal manejo del animal, éste murió. Todo el manejo gubernamental fue sujeto a fuerte críticas por parte de la prensa, de la comunidad y los grupos ambientalistas.
Del otro jaguar que había sido identificado en la región, nadie sabe nada. El tema del jaguar quedó fuera de la discusión del impacto ecológico del muro en la región.
Todavía hay jaguares en el lado mexicano. Los ambientalistas también trabajan muy duro para evitar que este bello animal desaparezca del complejo, mortal y profundo desierto de Sonora-Arizona.
Ese noviembre, durante las celebraciones de “All Souls Day” (una versión gringa del Día de Muertos) mucha gente de la región dedicó su pensamiento, sus fotos y sus disfraces a la memoria de Macho B.
***
D. se recuperó del orín de zorrillo, de su golpe de calor y de las ampollas en las patitas. Lo más sorprendente es que no me guarda rencor. Cada vez que la veo, sólo puedo abrazarla y decirle de nuevo que lo siento y que la quiero mucho.
* Este es un relato "de oídas" de los hechos ocurridos en esa región. No es una reconstrucción exhaustiva de los hechos. Para información adecuada, favor de consultar los diarios locales.
Ver: Macho B info oficial
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