miércoles, 14 de noviembre de 2012

Si todos hicieran su trabajo…





Lydiette Carrión

Amairany Roblero González se había graduado del Cetis. Hizo su examen para el Instituto Politécnico Nacional, pero no se quedó. Entonces sus papás, ambos trabajadores, le ofrecieron apoyarla para que hiciera la carrera en el Tecnológico de Iztapalapa. Ella quería estudiar Ingeniería en gestión empresarial.

Con 18 años cumplidos, Amayrani ingresó al propedéutico del Tecnológico. El miércoles primero de agosto era su antepenúltimo día. Después estaría formalmente en la carrera. Esa mañana, antes de ir a la escuela, le dijo a su mamá, Cecilia González, que iba a llegar un poco tarde, porque después de clases pasaría al Cetis por unas fotos de la graduación. Eran la 9:50 de la mañana.

Se sabe que la joven llegó al propedéutico. Tomó sus clases, la vieron sus compañeros. A la salida, alrededor de la una de la tarde, un amigo le preguntó si se iban juntos a tomar el pesero. Ella contestó que debía pasar al Cetis por unas fotos. Recibió un mensaje de texto y ella se quedó de pie, inmóvil, viendo su teléfono, justo frente a la salida de la escuela, sobre la avenida Telecomunicaciones, en Chinampac de Juárez. Así fue como sus amigos la vieron por última vez. Nadie vio hacia dónde caminó después.

La señora Cecilia González explica que ese primero de agosto llegó, como casi todos los días, a las 8 de la noche del trabajo. En casa ya estaban preocupados. Amairany debería estar en casa entre las 4 y las 6 de la tarde, pero no era así. Llamaban a su teléfono pero éste enviaba a buzón. A las 9 salieron a buscarla.

Esa noche fueron al Cetis, al hospital, a la clínica 25 del Seguro Social. “Regresamos a las 3 de la mañana”, recuerda la señora Cecilia, mientras nos dirigimos al último lugar en donde vieron a su hija. El jueves 2 de agosto, Cecilia no fue a trabajar, se levantó temprano y fue al Tecnológico. Ahí supo que Amairany sí había llegado a clases el día anterior. Después preguntaron en el Cetis fueron, pero su hija nunca llegó a recoger sus fotos.

Ese mismo día, Cecilia fue a levantar el acta al ministerio público número 44, en Iztapalapa. Le dijeron que el asunto iba a tardar mucho, y le recomendaron que mejor se trasladara directamente a CAPEA. Ahí le tomaron el caso.

La atendió el licenciado Ignacio Moreno, quien le dijo iba a solicitar la sábana de llamadas del celular de su hija. Pero la compañía telefónica sólo envió los datos del día 1 y 2 de agosto. Moreno le explicó que recientemente la compañía telefónica había incrementado sus candados para entregar este tipo de información, debido al incremento de extorsiones.

La familia siguió buscando. Se percataron que había dos cámaras de seguridad en las inmediaciones del tecnológico. Dos cámaras de las 13 mil que han sido instaladas en todo el Distrito Federal. Las imágenes podrían dar certeza sobre los pasos que tomó Amairany, si se fue sola o se vio con alguien más. “Le hicimos el comentario al licenciado sobre las cámaras...”, la señora Cecilia se interrumpe. “Si cada quien hiciera su trabajo como debe ser, tuviéramos ese video. Pero no es así”.

Cecilia explica que en CAPEA les pidieron el número de las cámaras. Después se enteraron que esto no era necesario. Debido a los trámites burocráticos a los que fue sometida la familia, pasó más de un mes hasta que se hizo la solicitud de los videos de seguridad. Estos son borrados después de siete días. Con ello fue eliminada la única pista que pudo haber indicado el paradero de Amairany.

Cecilia González me muestra la entrada de la escuela, en donde Amairany fue vista por última vez. Ya es de noche. Están saliendo los últimos jóvenes, de clases. Sobre la caseta de entrada hay una lona enorme que da la bienvenida a los alumnos de nuevo ingreso. Tapada por ésta se encuentra un volante pequeño sobre la desaparición de Amairany. “Pusimos dos”, me explica la mujer. “Uno ya lo quitaron”.

 Texto publicado en El Gráfico el 13 de noviembre de 2012

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