Lydiette Carrión
“Conocí a un chico allá en Puebla. Yo tenía entonces 16
años, iba a entrar a la preparatoria y trabajaba en una oficina de trámites de
carros que también tenía papelería. Ahí lo conocí. Él fue a comprar un bicolor
y me pidió mi número de teléfono. Felipe tenía unos 23 años.”
Dulce [su nombre ha sido cambiado, para proteger su
identidad] actualmente tiene 20 años. Es pequeña, tiene el rostro achatado.
Sonríe mucho y mira directamente a los ojos. Es una joven como cualquier otra.
Por 2 meses, Felipe y Dulce se enviaron mensajes, hasta que
la adolescente convenció a su mamá de dejarla salir con él. Felipe llegó en un
mustang 99. Fueron al cine. Esa misma noche le pidió que fueran novios. La
llevó de regreso a casa e insistió en hablar con sus papás para “formalizar” la
relación. Poco tiempo después le pidió que se casaran.
Felipe se presentó ante Dulce como originario de Tlaxcala,
albañil maestro de obras, que le trabajaba a un tío que era “arquitecto”, por
lo que viajaba mucho. En realidad, Felipe sí trabajaba para su tío, pero en vez
de arquitectura y albañilería, todos en la familia se dedicaban a la trata de
muchachas.
Dulce lo veía poco, cada 15 días o una vez al mes. Felipe le
platicaba que él tenía primas que trabajaban en la prostitución “para ayudar a
sus esposos”.
“No sé qué fue lo que me pasó con él. Felipe fue un tsunami.
No sé si fue porque me enamoré de él que sólo me enfocaba en lo que él me decía,
y no me abría con otras personas para contarles lo que estaba pasando”,
recuerda Dulce, mientras deja enfriar su café en un establecimiento de la
ciudad de México.
“Pasó el tiempo y me preguntó que si no me quería meter en
lo de la prostitución. Le dije que no. Pero después su familia fue a mi casa a formalizar
el compromiso. Entonces le dije que sí”. Ya había fecha para la boda, pero
Felipe la convenció de escaparse con él a Oaxaca.
Felipe llevó a Dulce a un hotel lleno de prostitutas. Ahí le
dijo que ya se tenía que poner a “trabajar” porque él ya no tenía dinero. Al
día siguiente la llevó cerca de la central de abastos de Oaxaca.
“Me sentí como un objeto al que llegas y lo pones en un
lugar… Fue así… super manipulada… Así fue como empecé a trabajar”. Pero el dinero no era de ella, sino de Felipe, quien casi
inmediatamente se fue de la ciudad (también traficaba droga de Veracruz a
Guanajuato) y la dejó sola con un celular.
Llevaba poco más de un mes sola en Oaxaca, cuando comenzó a
recibir llamadas que la alertaban sobre Felipe. Un domingo, le habló una mujer.
Le dijo que ella también trabajaba para Felipe en León, Guanajuato. Que tenía a
otra más y a su esposa embarazada.
“Me puse a llorar. No sabía cómo salirme. Le platiqué a otra
chica. Me dijo que no me preocupara y que su esposo, quien era primo de Felipe,
me iba a ayudar”.
En realidad, la “ayuda” consistió en que, en vez de trabajar
para Felipe, Dulce fue explotada por el primo. Cuando Felipe se enteró que lo
había abandonado (jamás se enteró de que trabajaba para su primo), gritó a los
cuatro vientos que iba a matarla.
Pocos días después, policías vestidos de civil hicieron un
operativo. Detuvieron a tres muchachas: Dulce, su amiga y otra chica a la que
no conocía (aunque las tenían en el
mismo sitio, les prohibían hablar entre sí). Los explotadores de las
tres eran primos.
Una vez en la procuraduría, su amiga –la esposa del primo de
Felipe– se escapó. Alguien había dejado la puerta abierta.
Meses después, Dulce y la otra joven fueron trasladadas al
albergue de Rosi Orozco en el Estado de México. La otra chica explicó que su
hija pequeña se encontraba en poder de su suegra, la madre de su padrote. Esta
organización gestionó con la policía el rescate de la bebé. En ese mismo
operativo fue detenido el tío de Felipe (el “arquitecto”) y otros. Felipe y su
primo siguen prófugos. Dulce no puede regresar a casa de sus papás. Felipe ya
la ha mandado buscar.
* Texto publicado en El Gráfico el 6 de noviembre de 2012
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