domingo, 30 de agosto de 2009

El Centro Histórico, Slim y El Santo


A mí me cuesta trabajo pensar en el Centro Histórico que imagina Carlos Slim, porque conocí sus rincones sombreados. No los más oscuros, pero sí los suficientes para darme cuenta que en México hay realidades fantasmales.

Llegué a entrar a la pirámide oculta en el sótano de la calle de Argentina, abrazada por la humedad del sótano de la enorme casona colonial.

Conocí algún taller de costureras en las calles que están detrás de Catedral. Talleres donde las mujeres sólo hablaban náhuatl u otra lengua extraña para mí, y para acompletar el gasto, servían comidas corridas a los artesanos que ponían sus puestos junto a la pirámide del sol. Ahora, ahí se encuentran antros de moda, o centros culturales.

También entré a los hostales para extranjeros mochileros en la calle de Ururguay. Paraísos para crear paraísos artificiales, en los que puedes pagar por noche y fumar marihuana.

Y también conocí sus burbujas del tiempo.

La primera vez que las descubrí, estaba en la Academia de San Carlos. Era principios de 2002. Había sido casi imposible caminar dos cuadras, desde la cantina El Nivel hasta la puerta de la academia, porque el ambulantaje estaba en su momento más crítico. Ya estaban colocados los vendedores de nuevo, a pesar de que la calle todavía olía a gas pimienta del enfrentamiento con la policía, dos horas antes.

Crucé el patio de San Carlos. Era imposible concebir esa paz, la humedad y frescura del aire, la forma en que la luz iluminaba el sitio a tan sólo una puerta de la calle, la gente, los gritos, el gas pimienta, el olor de alcantarilla.

Cuando llegué al salón, descubrí que ese día no habría clases. Sin nada que hacer, subí a la azotea. Y ahí fue cuando comprendí el filo en que se mueven las dualidades del centro.

Se revelaban, pintadas de oro y sangre por el sol, las azoteas y las cúpulas de los palacios, las casonas, las mansiones heredadas de la época de la plata en la Colonia.

El ruido de la calle apenas llegaba. Pero si uno se asomaba hacia abajo, era alucinante. Como hormigas se veían los cientos de vendedores ambulantes y sus clientes retacando las calles, casi escalándolas para conseguir un poco más de piso. Las calles que se extendían rumbo a La Merced estaban dejadas a su suerte. Las casas del siglo XVIII y XIX, acondicionadas como bodegas, cayéndose a pedazos.

Bajé la escalera y fui a visitar a un amigo que se encontraba en el taller de grabado. Por esas fechas estaba realizando una serie del luchador El Santo peleando contra demonios.

En ese entonces el Santo cobraba fuerza de nuevo entre el radical chic mexicano. Ahora, el Sears ha puesto a la venta una marca de ropa con motivos de El Santo. En la Condesa hay una tienda exclusiva del Santo.

En 2002, Carlos Slim, que entonces figuraba entre los diez más ricos del mundo cabildeó con el gobierno de la Ciudad de México para rescatar el Centro Histórico.

Entre todos crearon una Fundación que pretende convertir el primer cuadro de la Ciudad de México en una zona de alta plusvalía.

En una primera etapa --que en la actualidad ha sido concluida-- el proyecto incluye el espacio comprendido entre las calles de Moneda y Eje Central y desde la Catedral hasta llegar a Izazaga. También incluye la Alameda Central.

Se trataba de limpiar, remodelar el centro histórico; acondicionar los edificios con valor histórico y ofrecerlos como oficinas de lujo o departamentos tipo loft. Actualmente, muchos de estos espacios se rentan o venden en dólares. Obviamente, los indeseables también tendrían que irse: niños de la calle, prostitutas, indigentes.

El GDF, gobernado por la izquierda y Carlos Slim pusieron manos a la obra.

La tarea era colosal. Actualmente, las organizaciones no gubernamentales se quejan de que existe una política de “limpieza social”: la policía hostiga hasta el cansancio a los niños y jóvenes en situación de calle del centro histórico y Garibaldi.

Entonces, las familias pobres, los llamados lúmpenes por Marx (vendedores, albañiles, el caquito del barrio, las familias de seis amontonados en un cuartito) que habían habitado el Centro cuando nadie quería vivir ahí fueron sustituidos por: estudiantes universitarios y extranjeros, parejas de profesionistas sin hijos, artistas plásticos, escritores.

A muchos de ellos les gusta El Santo. Los viernes por la tarde, van a las luchas. Le van a los rudos, y a Los Perros del Mal. Algunos no saben que los Perros del Mal, como toda la Lucha Libre en México, es apadrinada por Televisa.

Los que fueron desplazados también van a las luchas; los que vendieron su casa en ruinas y ahora la ven convertida en un palacio.

Pero no ha resultado tan bien. Dice Ponce, habitante del centro. A los niños bien les gusta el centro un rato. Después se cansan de que no hay estacionamiento, de que, por más que quieran, hay marchas diario. Además, fuera del perímetro que las autoridades han limpiado, las demás vecindades están de miedo.

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