miércoles, 15 de septiembre de 2010
Bicentenario y Frantz Fanon
La celebración del miedo
En vísperas de lo que, han asegurado las autoridades, será una celebración memorable (o por lo menos muy, muy cara, de a 10 mil pesos por cabeza de los 50 mil que lograrán entrar al Zócalo), los diputados locales con oficinas en el edificio de Zócalo ya estaban preparando toda una gran fiesta: alcohol, comida, incluso colocaron mesas para invitar a sus amigos.
Sin embargo, alrededor de las 6 de la tarde del 14 de septiembre, el Estado mayor presidencial empezó a ponerse sus moños con la Asamblea. Exigía, lista, gafete e identificación de todo aquel que ingresara al edificio.
Las autoridades se cansaron e hicieron lo que “recomendaba” el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard: cerrar los edificios. Nadie tendría balcón privilegiado para ver el show de luz y sonido, los grupos y los fuegos artificiales “inolvidables” del 15.
Cuentan que había diputados desesperados, tratando de sacar sus cajas de vino, las mesas, la comida…
Es tanto el miedo con el que celebran la fiesta más grande y cara de la historia, que incluso el secretario de Educación, Alonso Lujambio, dijo que, como sólo caben 50 mil en el Zócalo, y las calles de Madero y Reforma (donde también habrá expectáculo) estarán muy llenas, recomendó a los mexicanos que se reúnen “en familia” a celebrar el grito, que vean todo por televisión.
Desdén
De los 22 presidentes que prometieron venir a los festejos, sólo confirmaron cinco. Aunque a uno no le importe si llegan muchos o pocos, la ausencia de mandatarios de países refleja algo que uno tiende a olvidar: en pocos años, México dejó de ser líder de la región. Dejó de ser referente de política exterior impecable. Dejó de ser importante en el juego mundial.
Otro dato más que confirma un hecho inalienable: México sí está retrocediendo.
¿Algo qué celebrar?
En el periódico español El País, Pablo Ordaz escribió un reportaje titulado “El bicentenario más triste de América”.
El título, la cabeza del reportaje, me rompió el corazón. Por estos años, muchos países latinoamericanos celebran su independencia. ¿Será de verdad el más triste? Parece que sí.
Sin embargo, el reportaje inicia con una pregunta: “¿Hay algo que celebrar?”, a tono con esta campaña que recorrió México: “¿Bicentenario de qué?”.
La idea es cuestionar si alguna vez se concretó la independencia, y qué pasó con los pueblos originarios en esta guerra de criollos.
Independencia y Revolución de qué, vale preguntarse. Y sin embargo, creo que el desdén a la historia tampoco es lo más adecuado. Puede caer en el simplismo.
A la historia hay que acercarse con un pie en el presente, para comprenderla, para dimensionar a los personajes y los momentos adecuadamente. Pero nunca es posible revisarla sin un pie en el pasado. Despojar a los personajes de su momento histórico impide comprender procesos y significa un juicio desproporcionado e injusto.
Desde mi punto de vista, es simplista ningunear lo que hicieron Hidalgo, Morelos, Leona Vicario, y cien años después, Villa, Zapata, los hermanos Flores Magón, e incluso Madero.
En esta horrenda crisis, en esta situación de guerra que sufrimos y que no pedimos, en este momento de violento retroceso económico, social, intelectual y cultural que sufre México, vale la pena recordar nuestra historia, nuestros héroes, humanizarlos, para poder preguntarnos al fin: ¿cómo le vamos a hacer para salir de ésta?, ¿qué queremos como individuos, como sociedad, como país, como colectivo?
Independencia y Fanon
Frantz Fanon, en Los condenados de la tierra, es quien mejor describe el problema profundo de la colonización. Desde su mirada africana advierte de los peligros en los que caen los países de lo que nosotros conocemos como tercer mundo (y que ahora tratan de llamar países en desarrollo) durante sus procesos de independencia.
Y es que la colonización es mental, es cultural. Fanon describe cómo los países recién “independizados” imitan la cultura, la estética europea. Entonces, esa nación joven en su breve momento de independencia, elige depender cultural, económicamente de su antiguo colonizador. (Ojo: a Fanon también hay que leerlo dentro de un contexto histórico de lucha por la independencia. Es profundamente belicoso. Debe ser una lectura informada, crítica y profunda. Nunca literal.)
Un apunte:
El individualismo. “El intelectual colonizado había aprendido de sus maestros que el individuo debe afirmarse. La burguesía [burguesía, qué palabra tan poco políticamente correcta en estos tiempos, y tan vigente…] colonialista había introducido a martillazos, en el espíritu del colonizado, la idea de una sociedad de individuos en donde cada cual se encierra en su subjetividad, donde la riqueza es la del pensamiento.
“Pero el colonizado que tenga la oportunidad de sumergirse en el pueblo durante la lucha de liberación va a descubrir la falsedad de esta teoría. Las formas de organización de la lucha van a proponerle ya un vocabulario inhabitual. El hermano, la hermana, el camarada son palabras proscritas por la burguesía colonialista porque, para ella, mi hermana es mi cartera; mi camarada, mi compinche en la maniobra turbia. El intelectual colonizado asiste, en una especie de auto de fe, a la destrucción de todos sus ídolos: el egoísmo, la recriminación orgullosa, la imbecilidad infantil del que siempre quiere decir la última palabra”.
Política y masas. “Con frecuencia se cree, en efecto, con una ligereza criminal, que politizar a las masas es dirigirles episódicamente un gran discurso político [en nuestro caso mexicano, ya ni eso]. Se piensa que le basta al líder o a un dirigente hablar en tono doctoral de las grandes cosas de la actualidad para cumplir con ese imperioso deber de politización de las masas. Pero politizar es abrir el espíritu, despertar el espíritu, dar a luz el espíritu. Es, como Cesaire: ‘inventar almas’. Politizar a las masas no es, no puede ser hacer un discurso político. Es dedicarse, con todas las fuerzas a hacer comprender a las masas que todo depende de ellas, que si nos estancamos es por su culpa y si avanzamos también es por ellas”.
Colofón
Para mí, celebrar el bicentenario debe ser, forzosamente, renovar compromisos de cambio y toma de conciencia para impulsar y transformar la sociedad mexicana. Debe ser un compromiso por continuar lo que otros iniciaron.
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