martes, 22 de diciembre de 2009

Navidad (crónicas de mi infancia marxista)

En mi infancia marxista, mi papá solía decir (cada 31 de diciembre, exhaustivamente) que el día más importante era el Año Nuevo: la jornada que resume el ciclo entero. La navidad, decía él, pues nomás no le entusiasmaba.

El 24 sólo le interesaba si estábamos en San Andrés (la tierra de su propia infancia y su familia de aristócratas revolucionarios); entonces quería ir a la misa de Gallo y felicitar a tías y amigos ancestrales que nunca le retiraron su amor, a pesar de haber dado la espalda a las buenas costumbres, a Dios, al dinero y a la Navidad.

Años después, descubrí una verdad simple: los marxistas no celebran la navidad, celebran el Año Nuevo, la fiesta laica, el símbolo que se acerca más al materialismo dialéctico; la conmemoración de un ciclo más en esa espiral que conforma la historia.

La Navidad, en contraparte, es la celebración importante para mi otra familia: recatada, católica, conservadora, adinerada. Todavía recuerdo la encarnación de esos valores en mi tía T…: pelo pintado, vestido y medias impecables, horneando galletas, adornando el árbol, cocinando, tratando de materializar --en su casa llena de encajes, figuritas de porcelana y letreros con la leyenda “Home sweet home”-- su idea de hogar perfecto… para una familia que no se acercaba en absoluto a esta fantasía: mi primos, unos niños “bien” drogadictos, mi tío con una amante desde hacía ocho años…

Pero a mí me gusta la navidad. No la desprecio. Más allá del aliciente de los regalos, me emociona la idea de un árbol encendido en la noche más larga y oscura del año, para asegurar el regreso de la primavera. Ese simple concepto abre para mí posibilidades infinitas. El pino, adornado de los frutos que el ser humano convoca para el próximo año. Esa tradición (heredada de los pueblos nórdicos) de iluminar el frío y la oscuridad. Y me fascina recrear cómo ese eco de religiones olvidadas fue convenientemente empalmado con el nacimiento de Cristo (que en realidad ocurrió en abril), este personaje que pregonaba el amor al prójimo en un momento histórico en el que eso era políticamente incorrecto.

Me gusta además tener oportunidad, una noche al año, de repensar esa idea del bien (concepto devaluado en la posmodernidad). Celebrar el nacimiento de lo bueno. Esa noche generalmente perdono en mi corazón a todos aquellos que (he sentido) me fallaron durante el año. Esa noche me recuerda que lo que busco mediante la escritura, la lectura, mi accionar ante el mundo, es alcanzar un estadio mejor, más alto, para todos. Me late, lo siento. Soy cursi, soy de lágrima fácil.

Pienso además que eso es lo que buscaba mi tía T, aunque no lo lograra. Buscaba su propia manifestación del bien, de aquello que le hubiera gustado para su fracturada familia, a pesar de estar tan lejos de la realidad, de no conseguirlo con sus adornos de fieltro y sus galletas hechas en casa.

En Navidad (y no en Año Nuevo), recuerdo las papas a la carrioni que mi papá solía preparar para una navidad que, decía, sólo celebraba para sus hijos.

Felices fiestas a todos.

1 comentario:

  1. ¡Ay, mana!

    El 24 prendamos una velita por todos aquellos que ilusos, talvez como tu tía T, cocinan pavos frenéticos o se cuelgan en su recámara en búsqueda de lo imposible: el concepto burgués de vida perfecta.

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