En 2006, Anita tenía 13 años y terminaba segundo de
secundaria en Tultitlán, Estado de México, cuando su madre murió por causas
desconocidas. El padrastro se llevó a su hermanita a Puebla, pero a ella la
dejó sola.
Lo último que sugirió el padrastro antes de irse fue acudir con
una parienta de él: Eliset, hijastra de un matrimonio anterior.
Anita se fue a vivir con la familia: Eliset de 29 años, su
esposo, cinco hijos y Dulce, otra jovencita que trabajaba para la mujer contestando
siete líneas telefónicas. Todos vivían en una casa grande, de cinco recámaras
en Coacalco, Estado de México.
Al mes de haber llegado, Anita tenía que limpiar la casa ella
sola y atender a los cinco hijos. “Terminé levantándome a las cinco de la
mañana para que me diera tiempo de todo”.
Un día Dulce escapó. Eliset habló con Anita: le explicó que
en realidad ella era prostituta y se anunciaba en los periódicos, que quienes
llamaban a las diferentes líneas telefónicas eran sus clientes y que como Dulce
no estaba, ahora Anita respondería las llamadas: daría los precios y convencería
a los clientes.
Dulce regresó tiempo después y luego se volvió a ir. Eliset llevó
a su cuarto a Anita, para hablar:
–Tenemos muchas deudas, además el papá de tus hermanos está
muy enfermo y si no lo operan se muere–, la chantajeó. –Tus hermanos ya
perdieron a su mamá, ¿y ahora van a perder a su papá también?
Anita tenía 14 años cuando pisó por primera vez un hotel.
Eliset y su esposo explotaron a Anita en hoteles de todo el
Estado de México y el Distrito Federal. “Había veces que ni siquiera me dejaban
ir al baño, porque íbamos a hoteles por toda la región, desde la frontera con
Querétaro, hasta el sur, por Xochimilco”, recuerda la joven.
En ocasiones la adolescente se rebelaba y la mujer la
encerraba. La última vez la mantuvo así por dos días, hasta que Anita entró en crisis,
rompió un vidrio de la ventana para escapar, pero no cupo entre los barrotes.
Entonces tomó un pedazo de vidrio y se cortó los brazos. “No quería morirme,
quería que me sacaran de ahí”, explica, y muestra su cicatriz. Embarró la sangre
en las paredes y gritó hasta que la liberaron.
Cuando Anita tenía 15 años, su hermana llamó por teléfono.
Anita le preguntó por el padrastro y la operación.
–¿Cuál operación?–, respondió la hermanita. Todo había sido
mentira.
En diciembre de 2008, Eliset llevó a Anita a un hotel de la
colonia Álamos en el Distrito Federal. El cliente ofrecía 4 mil pesos por tener
sexo sin preservativo. Anita se opuso. Tras una larga discusión, Eliset tomó su
lugar, pero al terminar el hombre pidió “unos minutos” con la adolescente.
–Mira, niña, si te vas a dedicar a esto tienes que hacer lo
que el cliente te pida porque estoy pagando– le sermoneó.
Anita salió llorando de la habitación. Un camarero la vio y
le preguntó qué le pasaba. Ella le pidió
ayuda. El muchacho –que Anita calcula tenía
alrededor de 23 años entonces– aceptó. La escondió en un cuarto, le dio una
sudadera y pidió un taxi de sitio.
Eliset y su marido estaban dando vueltas alrededor del
hotel. Cuando llegó el taxi, el muchacho le dijo: “a la de tres, corre…”. Se escabulleron.
Esa noche el muchacho perdió su trabajo: se fue siete horas
antes de que terminara su turno. Pero acompañó a Anita al búnker de la PGJ
capitalina y luego a la agencia 59. La
policía detuvo a la pareja. Eliset fue condenada a cinco años de cárcel por el
delito de corrupción de menores; al esposo, a 13 años, por lenocinio.
Paradójicamente él ya está libre. La mujer está por salir.
Durante estos años Anita ha estado en las fundaciones Camino
a Casa y Reintegra. En unas semanas entrará a la universidad, a Ciencias de la
Comunicación. No ha vuelto a ver al muchacho que la salvó. Sólo sabe que su nombre
es David.
Texto publicado en El Universal Gráfico el 18 de junio de 2013
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