Los policías no son inmunes a la desaparición forzada, con casos donde las autoridades encubrieron o participaron en el secuestro de sus compañeros.
Reportaje publicado en Milenio Semanal en diciembre de 2011
El agente Giovany Urbina Aguilera
terminó su turno. Salió del módulo de Licencias, donde laboraba,
en el parque Tucán, en Valle Verde, Monterrey, y se dirigió a donde
había estacionado su auto. Minutos después, como relataría luego a
los familiares, un amigo y compañero de Giovany también salió del
módulo y, ya en la calle, un muchacho que ponía papel polarizado a
los autos le preguntó si había visto “el levantón”. La
camioneta Cherokee blanca modelo 1996 de Giovany ya no se encontraba
allí. Eran pasadas las cuatro de la tarde del viernes 26 de
septiembre de 2008.
Más adelante, otros testigos
señalarían que Giovany, de entonces 25 años, había sido
secuestrado por personas que llevaban chalecos con insignias de la
Agencia Federal de Investigación (AFI) y que portaban armas largas.
Bajaron de una camioneta Yukon y obligaron al joven agente a subirse
a su propioa Cherokee. Ese mismo día, un poco más temprano, fue el
último en que se vio a Julián Urbina Torres y a Julián Eduy
Aguilera, padre y hermano de Giovany, respectivamente. Ambos se
desempeñaban también como agentes de tránsito. Lo último que se
supo de ellos es que a las tres de la tarde de ese mismo viernes
entregaron sus motocicletas en las oficinas de la Secretaría de
Vialidad y Tránsito de Monterrey para dirigirse a su camioneta Ford
Ranger azul modelo 1987. Un testigo advirtió que se les vio hablando
con dos sujetos para después subir los cuatro a la Ranger azul.
El caso de Giovany Urbina ha sido
atraído por el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o
Involuntarias (GTDFI) de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), pues se encontraron elementos suficientes para considerar que
las autoridades participaron en el hecho. El organismo también
atrajo los casos de Juan Manuel Ortiz Rodríguez, policía municipal
de Apodaca, desaparecido el 27 de febrero de 2009, y los de José
Luna Ramírez y José Everardo Lara Hernández, agentes del municipio
de Santa Catarina, desaparecidos el dos de mayo de 2007. Se espera
que el GTDFI atraiga, eventualmente, el caso de Julián y Eduy.
No existen estadísticas oficiales
sobre el número de desapariciones forzadas en el país; tampoco las
hay sobre estas desapariciones en Nuevo León. Ciudadanos en Apoyo a
los Derechos Humanos (Cadhac) da hoy seguimiento a 114 casos en ese
estado; en 35 por ciento de ellos se han presentado elementos que
indican la participación, por acción u omisión, de algún servidor
público. Pero el problema es nacional. De acuerdo con el GTDFI, la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos registró un aumento
sostenido en el número de quejas sobre desapariciones forzadas, ya
que pasó de cuatro en 2006 a 77 en 2010. Sin embargo, en ese lapso
sólo se le informó acerca de dos sentencias condenatorias en contra
de funcionarios públicos por ese delito en todo el país.
A MARCHAS FORZADAS
Cada persona que ha tenido la desdicha
de tener desaparecido a un familiar constata que las investigaciones
del Ministerio Público (MP) son siempre a marchas forzadas, y
dependen en su mayor parte de las indagaciones que hacen los propios
familiares. Para mayor agravio, Giovany recibía por su trabajo un
sueldo neto de dos mil 250 pesos a la quincena, el mismo monto que su
padre y su hermano. Según la prensa, actualmente sus familiares no
reciben ningún tipo de ayuda económica por parte de la institución
en la que laboraban. La dependencia catalogó el caso como abandono
laboral y dejó a las esposas de Julián y Eduy a la deriva.
En noviembre de 2008, Gloria, esposa de
Julián y madre de Eduy y Giovany, presentó a las autoridades la
sábana de registro de llamadas del Nextel que Eduy llevaba el día
que desapareció. El aparato continuó funcionando hasta el dos de
octubre, pero las autoridades no investigaron de forma inmediata ni
los números marcados, ni la localización del Nextel (determinada
por las antenas de recepción). Según registros del caso (a los que
M Semanal tuvo acceso), el MP no sólo no utilizó esta información,
sino que dejó pasar un año entero antes de solicitar la información
de los otros teléfonos celulares que llevaban las víctimas. Por
desvaríos burocráticos, los datos fueron entregados mucho después.
Las llamadas telefónicas no fueron el
único indicio que las autoridades desperdiciaron. Algunos de los
testigos fueron llamados a declarar hasta un año después de los
hechos; además, las pocas pruebas periciales fueron contaminadas por
mal manejo.
El 23 de abril de 2009, casi siete
meses después de la desaparición, fue asegurada de nuevo la
Cherokee blanca de Giovany. Las placas originales habían sido
removidas y se encontraron al día siguiente en un Tsuru blanco,
localizado en un lote de autos. Pasaría un año más para que las
autoridades se enteraran de que el Tsuru había sido propiedad del
estado de Nuevo León, y que tenía reporte de robo desde marzo de
2008. El 15 de enero de 2010, la Dirección de Tránsito de Monterrey
remitió al corralón una camioneta Ford azul. El MP determinó que
se trataba del mismo vehículo en el que habían desaparecido Julián
y su hijo Eduy.
La camioneta llevaba un año y medio
abandonada frente a una escuela primaria, a pesar de que los vecinos
la habían reportado meses atrás. El 28 de enero de 2010 el personal
de agencia del MP realizó una recolección de indicios al interior
de la camioneta: fueron encontrados casquillos de armas y lo que
parecían ser huellas de sangre; sin embargo, posteriormente, la
agencia determinó que las pruebas fueron contaminadas con huellas
del personal de la fiscalía.
Actualmente el caso se encuentra
varado. Los rastros se enfrían cada año que pasa. Sólo queda un
indicio vago en las declaraciones de los testigos: la presión que
imprimen grupos criminales a un “poli” en la última cadena de
mando para obtener una licencia sin papeles.
POLICÍAS EN LA MIRA
El dos de mayo de 2007 desaparecieron
tres elementos municipales: Omar Cabello Cabrera, José Everardo Lara
Hernández y José René Luna Ramírez. Los dos últimos casos fueron
atraídos por el GTDFI.
Lara Hernández, que entonces tenía 23
años de edad, fue plagiado cerca de las 8:20 de la mañana, a dos
cuadras de la Secretaría de Policía y Vialidad de Santa Catarina.
Fue interceptado en las avenidas Culebra y Miguel Alemán cuando
viajaba en su auto Mercury. Tres sujetos vestidos de color oscuro y
con armas largas bajaron de una camioneta Suburban verde oscuro, y a
punta de pistola se lo llevaron. José Everardo tenía siete meses de
casado.
Por su parte, Luna Ramírez salió de
su casa poco antes de las siete de la mañana para dirigirse a su
trabajo cuando fue secuestrado por dos sujetos vestidos con
pantalones negros, botas tipo policía y chalecos con las siglas AFI,
quienes descendieron de un vehículo blanco. Atestiguaron los hechos
dos personas, quienes incluso alcanzaron a apuntar la numeración de
las placas.
Ambos casos quedaron radicados en el MP
Número Dos del Cuarto Distrito Judicial de Nuevo León (Santa
Catarina). Ambos fueron escoltas del entonces alcalde de Santa
Catarina, Dionisio Herrera Duque (quien en 2011 fue inhabilitado por
desvío de recursos); habían participado en un enfrentamiento armado
suscitado el 28 de abril, es decir, apenas cinco días antes de su
desaparición.
Maximina Hernández Maldonado, madre de
Everardo, declaró a la prensa que éste había pedido su cambio
porque no le gustaba la forma de ser de Herrera Duque. Poco después
de que le concedieron el cambio laboral, desapareció. El MP no hizo
diligencia alguna durante los primeros dos años. Cinco años
después, las indagaciones son casi nulas, o aún peor: en la
inspección ocular realizada en el vehículo de Everardo el día que
éste desapareció, el MP omitió detallar el destino de una serie
objetos: una hoja que a simple vista parecía formar parte de una
denuncia, monedas y una botella. Nada fue recabado. El MP sólo
recogió un aro con cinco llaves, y un llavero tipo con los colores
del equipo de futbol Tigres.
El 17 de mayo de 2007 compareció
Víctor Alejandro García Hernández, compañero de Everardo. Aseguró
que lo había visto por última vez la noche del 30 de abril, cuando
fueron a tomar unas cervezas junto con otro compañero de nombre
Jesús Eligio Mena. Esa noche se habría suscitado una discusión
entre los tres. Al día siguiente García Hernández fue asesinado.
Se le encontró muerto junto con otros dos hombres en la colonia El
Obispo, en los límites municipales de San Pedro Garza García. Mena,
el tercer hombre de la discusión del 30 de abril, cayó en
contradicciones. En una primera entrevista dijo a la policía
ministerial que había sido dado de baja el cinco junio de 2007, pero
después, al comparecer frente al MP, aseguró que seguía como
elemento activo de esa corporación.
El 14 de octubre de 2011 una nota del
diario El Norte informó que Jesús Eligio Mena era uno de los 46
policías del municipio de Santa Catarina detenidos y procesados
presuntamente por realizar tareas de espionaje para grupos criminales
(actividad conocida como “halconeo”).
Los casos de José René y José
Everardo siguen detenidos.
EL VALOR DE UNA FIRMA
En el caso de Juan Manuel Ortiz
Rodríguez existen indicios de que su jefe directo falsificó su
firma la noche de su desaparición. Aquél, de entonces 33 años, era
policía municipal de Apodaca, Nuevo León. Había iniciado su turno
a las siete de la noche del 26 de febrero de 2009. A las dos de la
mañana del 27, llamó a su madre y le dijo que se encontraba
patrullando.
Juan Manuel debía terminar su turno a
las siete de la mañana; jamás llegó a casa. La familia llamó a la
delegación de Policía y las autoridades aseguraron que había
entregado su turno. Al revisar el documento que se encontraba en la
delegación para avalar el dato, los familiares se percataron de que
la firma había sido falsificada: Juan Manuel no había hecho entrega
de su arma ni de su patrulla.
Más aún, en un sitio donde laboran
decenas de personas, sólo el jefe directo, de apellido Ovalle, y
otro elemento de nombre Ezequiel, declararon haberlo visto en la
mañana del 27 de febrero. Una vez que los familiares señalaron que
la firma del desaparecido había sido falsificada, el MP se dio a la
tarea de reproducir de forma idéntica varias declaraciones
ministeriales de elementos policiacos. En éstas aseguraban que los
policías no firman ningún documento al concluir su turno. En otras
palabras, se pretendía restar valor a la irregularidad en la que
incurrió el comandante de turno por la posible falsificación de la
firma del desaparecido.
Un día después de la desaparición la
patrulla fue hallada en una brecha. La Policía aseguró que dio con
su paradero debido a una llamada anónima. En el interior de la
unidad se encontraban las armas de Juan Manuel.
De acuerdo con extractos del
expediente, el jefe directo de Juan Manuel, el comandante Ovalle,
rindió su declaración ministerial hasta el nueve de octubre de
2009; es decir, casi ocho meses después. Encima, se contradijo:
advirtió que había visto a la víctima por última vez el 26 de
febrero (un día antes de su desaparición), pero luego añadió que
Juan Manuel le entregó su pistola Beretta el 27 por la mañana.
Meses más tarde, el MP no había
localizado a otros dos compañeros de Juan Manuel que habrían sido
claves en el caso. Uno de ellos, el encargado de las radios, había
estado en contacto con la víctima durante toda la noche. El jefe de
Juan Manuel, quien falsificó la firma e incurrió en
contradicciones, jamás fue sancionado o procesado.
Juan Manuel continúa desaparecido.
Dejó dos niñas. A una de ella ni siquiera la vio nacer.
Las observaciones preliminares del
GTDFI tras su visita a México en marzo de 2011, alertan de que sólo
en siete estados de la República se contempla el delito de
desaparición forzada: Aguascalientes, Chiapas, Chihuahua, Durango,
Distrito Federal, Nayarit y Oaxaca. En los 25 restantes no se
encuentra tipificado. En Nuevo León se encuentra a punto de
aprobarse una iniciativa para tipificar el delito de desaparición
forzada en el código penal. En estos momentos, casos como los de
Juan Manuel, la familia Urbina, José Everardo y José René no
pueden procesarse como desaparición forzada porque el delito
simplemente no existe como tal en el código local; los casos son
consignados como desaparición, falsedad de declaraciones o
secuestro.
La iniciativa en Nuevo León se
encuentra “congelada” desde hace ya casi un mes en el Ejecutivo
local.
Lydiette Carrión
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