Columna publicada originalmente el 18 de enero de 2012 en El Universal Gráfico
Cuando se trata de violación o abuso
sexual, las víctimas se enfrentan, quizá, a una de las decisiones
más difíciles de sus vidas: denunciar o no hacerlo. Mientras
algunas oficinas de derechos humanos y de ayuda a las mujeres instan
a lo primero, la familia y los amigos en ocasiones recomiendan no
hacerlo. Aquí dos historias que ilustran las dos opciones.
Cuando tenía 16 años, Marianela (no
es su verdadero nombre, para proteger su identidad) sufrió un
intento de violación, por parte de un desconocido que la subió a
fuerza a su camioneta. Decidió denunciar. Cuando lo hicieron se dio
cuenta que el suyo era uno de muchos casos similares que se habían
dado por donde ella vivía, en el sur de la ciudad de México: andaba
suelto un violador serial.
Pero, al buscar al agresor, Marianela
lo confundió con otra persona. No sólo fue ella. Otras dos niñas
también lo identificaron erróneamente. El parecido entre un
inocente y el culpable era sorprendente. Cuando se dieron cuenta, lo
enmendaron. Lograron sacar al hombre que habían confundido de la
cárcel, pero se pasaron tres años más en procesos legales. Gracias
a ella el verdadero culpable está en la cárcel. Pero Marianela dice
que no volvería a denunciar.
Segundo caso: En el Estado de México,
Rocío (tampoco es su verdadero nombre) fue atacada junto con otra
amiga cuando regresaban iban rumbo a su domicilio. Decidieron no
denunciar. Pero Rocío quedó embarazada. Actualmente se encuentra
envuelta en una serie de procesos: está tratando de probar su
residencia en el Distrito Federal para acceder a la práctica de un
legrado. Tuvo que presentar la denuncia.
El delito de violación es el que más
vergüenza causa a la víctima. Y se complica más cuando el agresor
es algún conocido, lo cual ocurre -según varios estudios- en más
de la mitad de los casos. Las víctimas más frecuentes son menores
de edad, quienes tienen menos herramientas para enfrentar esta
situación.
La opción de denunciar no es fácil.
En ocasiones, el paso por los ministerios públicos y los juzgados
es casi una segunda vejación. Por ello nadie puede decirle a una
víctima qué hacer. Lo cierto es que la denuncia permite tener más
posibilidades de detener a culpables y transformar una sociedad que
sigue echando la culpa a las víctimas de su propia violación.
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