La señora María de Jesús Ramírez explica lo que sabe cualquier
persona que tenga un hijo con un padecimiento siquiátrico: el tratamiento y las
medicinas siempre dependen de la capacidad económica de la familia. Si alguien puede
pagarlo, buscará un médico privado, un tratamiento personalizado, y acceso a los
medicamentos necesarios. Si no es así, deberá atenerse al endeble sistema de
salud mental que da el Estado: rotación constante de médicos, internamientos en
lugares lúgubres y medicinas más baratas que no necesariamente serán las más adecuadas para el paciente.
María de Jesús pasó por todo esto mientras buscaba ayuda
para su hija Marisol Valle, quien había sido diagnosticada con esquizofrenia
desde los 15 años. Para febrero de 2009, la joven había pasado siete años de
internamientos constantes en el Fray Bernardino; el único medicamento que realmente
le ayudaba costaba 400 pesos mensuales y su mamá no podía pagarlo. Por ello, le
cambiaron el medicamento y regresó a su
casa. Marisol tenía 22 años y llevaba siete años entrando y saliendo de
hospitales. Dijo que se quería ir de la
casa y el 7 de febrero de 2009 dejó su hogar en la colonia Santa Anita,
Iztacalco. Desde entonces, nadie la ha vuelto a ver.
María de Jesús Ramírez relata otros aspectos que cualquier familiar de un enfermo crónico sabe: el medicamento, los tratamientos se
llevan todo el dinero. La persona enferma en raras ocasiones puede trabajar,
por lo que depende en gran medida de sus seres queridos. A veces, relata la
madre de Marisol, “no me alcanzaba para darle sus tres comidas. Y ella me decía
que se iba a ir para que ya no fuera una carga, que se iba a ir de la casa”.
¿Pero cómo puede irse de la casa una persona que no puede
valerse por sí misma?
Desde el 7 de febrero que se fue, la mamá y el hermano de
Marisol la empezaron a buscar. La reportaron a personas desaparecidas, pasaron
por todos los trámites, ya que no existen tratos especiales para personas con
padecimientos siquiátricos, y como todos los familiares de personas
desaparecidas, tuvieron que recorrer los hospitales, la morgue. No la han
encontrado, pero la siguen buscando. En casa la quieren y la extrañan.
Cuando una persona con un padecimiento mental se pierde, las
autoridades parecen resignadas a que la única forma de que regrese a casa sea
por su propio pie. Muchas veces cierran el caso. Así le pasó a la señora
Francisca Díaz Rodríguez, cuando su hijo Gerardo, de entonces 30 años, se perdió el 20 de mayo de 2003.
Gerardo había sufrido un accidente en su infancia, por lo
que desde los nueve años tomaba medicamentos; se encontraba controlado y estable.
Pero esa mañana, dejó el radio encendido, salió a la tienda por golosinas, en
la delegación Gustavo A. Madero, y ya no regresó.
La señora Francisca dejó pasar los tres días reglamentarios
y lo reportó en el Centro de Apoyo para Personas Extraviadas y Ausentes CAPEA. Seis
meses después, la licenciada Reina Morales le informó que el caso sería
cerrado, dado que “ya hemos hecho lo que teníamos que hacer”. La señora
Francisca le rogó: “apóyeme, deme otra oportunidad, a lo mejor anda por ahí”.
La licenciada le reviró: “no señora, no. Ya no. Ya se cerró
el caso. Ya los señores trabajaron, no lo localizaron. Ahora le toca usted que
lo busque, por su cuenta. Y cuando guste venir aquí a CAPEA a revisar libros,
puede venir”.
La señora Francisca ha ido a forenses, a hospitales
siquiátricos, incluso se ha metido a anexos a buscarlo. Han pasado nueve años.
Lo sigue buscando.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario