viernes, 3 de agosto de 2012

Cuando se pierde una mujer enferma

 * Texto publicado originalmente en El Universal Gráfico el 17 de julio de 2012


La señora María de Jesús Ramírez explica lo que sabe cualquier persona que tenga un hijo con un padecimiento siquiátrico: el tratamiento y las medicinas siempre dependen de la capacidad económica de la familia. Si alguien puede pagarlo, buscará un médico privado, un tratamiento personalizado, y acceso a los medicamentos necesarios. Si no es así, deberá atenerse al endeble sistema de salud mental que da el Estado: rotación constante de médicos, internamientos en lugares lúgubres y medicinas más baratas que no necesariamente serán  las más adecuadas para el paciente.

María de Jesús pasó por todo esto mientras buscaba ayuda para su hija Marisol Valle, quien había sido diagnosticada con esquizofrenia desde los 15 años. Para febrero de 2009, la joven había pasado siete años de internamientos constantes en el Fray Bernardino; el único medicamento que realmente le ayudaba costaba 400 pesos mensuales y su mamá no podía pagarlo. Por ello, le cambiaron el medicamento  y regresó a su casa. Marisol tenía 22 años y llevaba siete años entrando y saliendo de hospitales.  Dijo que se quería ir de la casa y el 7 de febrero de 2009 dejó su hogar en la colonia Santa Anita, Iztacalco. Desde entonces, nadie la ha vuelto a ver.

María de Jesús Ramírez relata otros aspectos que cualquier  familiar de un enfermo crónico  sabe: el medicamento, los tratamientos se llevan todo el dinero. La persona enferma en raras ocasiones puede trabajar, por lo que depende en gran medida de sus seres queridos. A veces, relata la madre de Marisol, “no me alcanzaba para darle sus tres comidas. Y ella me decía que se iba a ir para que ya no fuera una carga, que se iba a ir de la casa”.

¿Pero cómo puede irse de la casa una persona que no puede valerse por sí misma?

Desde el 7 de febrero que se fue, la mamá y el hermano de Marisol la empezaron a buscar. La reportaron a personas desaparecidas, pasaron por todos los trámites, ya que no existen tratos especiales para personas con padecimientos siquiátricos, y como todos los familiares de personas desaparecidas, tuvieron que recorrer los hospitales, la morgue. No la han encontrado, pero la siguen buscando. En casa la quieren y la extrañan.

Cuando una persona con un padecimiento mental se pierde, las autoridades parecen resignadas a que la única forma de que regrese a casa sea por su propio pie. Muchas veces cierran el caso. Así le pasó a la señora Francisca Díaz Rodríguez, cuando su hijo Gerardo, de entonces 30 años,  se perdió el 20 de mayo de 2003.

Gerardo había sufrido un accidente en su infancia, por lo que desde los nueve años tomaba medicamentos; se encontraba controlado y estable. Pero esa mañana, dejó el radio encendido, salió a la tienda por golosinas, en la delegación Gustavo A. Madero, y ya no regresó.

La señora Francisca dejó pasar los tres días reglamentarios y lo reportó en el Centro de Apoyo para Personas Extraviadas y Ausentes CAPEA. Seis meses después, la licenciada Reina Morales le informó que el caso sería cerrado, dado que “ya hemos hecho lo que teníamos que hacer”. La señora Francisca le rogó: “apóyeme, deme otra oportunidad, a lo mejor anda por ahí”.

La licenciada le reviró: “no señora, no. Ya no. Ya se cerró el caso. Ya los señores trabajaron, no lo localizaron. Ahora le toca usted que lo busque, por su cuenta. Y cuando guste venir aquí a CAPEA a revisar libros, puede venir”.

La señora Francisca ha ido a forenses, a hospitales siquiátricos, incluso se ha metido a anexos a buscarlo. Han pasado nueve años. Lo sigue buscando. 

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