Lydiette Carrión
Guadalupe Ángeles tenía varios meses de no ver a su hija,
Karina Viridiana Espino Ángeles. La relación había sido tirante y difícil desde
inicios del año 2010. La situación no era fácil. Karina, que entonces tenía 24
años, debía mantener a su pequeña hija
de 4 ella sola, así que trabajaba fuera de la ciudad de México y pasaba largas
temporadas en Iguala y Chilpancingo, en Guerrero.
Dejaba a su hijita al cuidado de la abuela, Guadalupe Ángeles,
quien recriminaba a Karina varias cuestiones sobre el cuidado y la atención de
la pequeña. En esta situación, la relación entre madre e hija se había
deteriorado, al grado tal que Karina dejó de visitarlas. Se limitaba a enviar
dinero para la manutención de su hija y mantenía una somera comunicación a
través de mensajes de texto. La niñita,
mientras, crecía al cuidado de la abuela, en una casa de la colonia Ignacio Zaragoza,
en el Distrito Federal.
Guadalupe, sin embargo, se mantenía enterada de los pasos de
Karina, ya que ésta convivía mucho con una tía (hermana de Guadalupe) y prima.
Así pasaron varios meses y la relación no mejoró.
Hasta que una madrugada, por septiembre de 2010, Karina
llamó a su mamá. Entre llantos y gritos le dijo: “auxilio, mamita, por favor
ayúdame”. Guadalupe no le creyó. Llevaba un par de semanas de no saber de su
hija y le pareció que todo era una manera de su hija de llamar la atención. Le
respondió: “esa ya me la sé. Hablamos mañana”. Pero al día siguiente Karina no telefoneó.
Guadalupe le mandó un par de mensajes de texto. No hubo
respuesta. Le marcó al celular y nadie respondió del otro lado de la línea. Pensó
que su hija estaba enojada. Habló con la hermana y la sobrina que tenían buena
relación con Karina. Ellas dijeron no haberla visto.
Pasaron semanas. Karina dejó de mandar dinero. Entonces las
semanas se hicieron meses, hasta que, un día, Guadalupe visitó a la tía y la
prima amigas de Karina. La más joven llevaba puesta la chamarra. “¡Qué bien se
te ve la chamarra de mi hija!–le dijo Guadalupe enojada–pero se le ve mejor a
mi hija”. La joven respondió: “Karina dejó aquí todas sus cosas. Ya no regresó
por ellas”. En casa de sus parientes, Guadalupe encontró no solo la ropa de
Karina, sino también su televisión.
Entonces tuvo certeza de que algo le había pasado a su hija.
“Ella no se deshace de sus cosas. Ella cuida mucho su ropa y no le gusta
prestarla”, explica, entre llanto.
A inicios de 2011 Guadalupe quiso denunciar la desaparición
de su hija, en la delegación Venustiano Carranza. Pero debido al distanciamiento
entre ambas, las autoridades determinaron que había indicios de “ausencia
voluntaria” y la canalizaron a CAPEA. Guadalupe se limitó a llamar a Locatel.
Durante todo ese año, siguió marcando al celular de su hija,
sin respuesta. Hasta que, a mediados de 2011, le contestó un hombre y le dijo
que no conocía a Karina. Guadalupe siguió marcando hasta que le enviaron
mensajes amenazantes.
La mujer muestra los últimos mensajes de texto de su hija,
que ha guardado por casi tres años. “Ya quiero cambiar de teléfono, pero no sé
cómo pasarlos a otro celular”, explica. Lee uno en el que Karina le pide que
recoja su auto, que dejó en una calle cercana a la casa. Otro que forma parte
de una discusión por dinero para mantener a la pequeña. Otro en el que Karina
avisa donde va a estar.
Es enero de 2013. Guadalupe sabe que ninguna autoridad ha
movido un dedo para buscar a su hija. Los amigos y familiares le dicen que la
busque en los Semefos. Pregunta: ¿Hay muchos semefos?, ¿solo llego y pido que
me dejen ver los cuerpos de mujeres de cierta edad? Termina la entrevista:
“póngale ahí que su hija, que ahora tiene siete años, anda buscando a Karina”.
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