lunes, 1 de abril de 2013

¿Qué hago? ¿sólo me presento en el Semefo?




Lydiette Carrión

Guadalupe Ángeles tenía varios meses de no ver a su hija, Karina Viridiana Espino Ángeles. La relación había sido tirante y difícil desde inicios del año 2010. La situación no era fácil. Karina, que entonces tenía 24 años,  debía mantener a su pequeña hija de 4 ella sola, así que trabajaba fuera de la ciudad de México y pasaba largas temporadas en Iguala y Chilpancingo, en Guerrero.

Dejaba a su hijita al cuidado de la abuela, Guadalupe Ángeles, quien recriminaba a Karina varias cuestiones sobre el cuidado y la atención de la pequeña. En esta situación, la relación entre madre e hija se había deteriorado, al grado tal que Karina dejó de visitarlas. Se limitaba a enviar dinero para la manutención de su hija y mantenía una somera comunicación a través de mensajes de texto.  La niñita, mientras, crecía al cuidado de la abuela, en una casa de la colonia Ignacio Zaragoza, en el Distrito Federal.

Guadalupe, sin embargo, se mantenía enterada de los pasos de Karina, ya que ésta convivía mucho con una tía (hermana de Guadalupe) y prima. Así pasaron varios meses y la relación no mejoró.

Hasta que una madrugada, por septiembre de 2010, Karina llamó a su mamá. Entre llantos y gritos le dijo: “auxilio, mamita, por favor ayúdame”. Guadalupe no le creyó. Llevaba un par de semanas de no saber de su hija y le pareció que todo era una manera de su hija de llamar la atención. Le respondió: “esa ya me la sé. Hablamos mañana”. Pero al día siguiente Karina no telefoneó.

Guadalupe le mandó un par de mensajes de texto. No hubo respuesta. Le marcó al celular y nadie respondió del otro lado de la línea. Pensó que su hija estaba enojada. Habló con la hermana y la sobrina que tenían buena relación con Karina. Ellas dijeron no haberla visto.

Pasaron semanas. Karina dejó de mandar dinero. Entonces las semanas se hicieron meses, hasta que, un día, Guadalupe visitó a la tía y la prima amigas de Karina. La más joven llevaba puesta la chamarra. “¡Qué bien se te ve la chamarra de mi hija!–le dijo Guadalupe enojada–pero se le ve mejor a mi hija”. La joven respondió: “Karina dejó aquí todas sus cosas. Ya no regresó por ellas”. En casa de sus parientes, Guadalupe encontró no solo la ropa de Karina, sino también su televisión.

Entonces tuvo certeza de que algo le había pasado a su hija. “Ella no se deshace de sus cosas. Ella cuida mucho su ropa y no le gusta prestarla”, explica, entre llanto.

A inicios de 2011 Guadalupe quiso denunciar la desaparición de su hija, en la delegación Venustiano Carranza. Pero debido al distanciamiento entre ambas, las autoridades determinaron que había indicios de “ausencia voluntaria” y la canalizaron a CAPEA. Guadalupe se limitó a llamar a Locatel.

Durante todo ese año, siguió marcando al celular de su hija, sin respuesta. Hasta que, a mediados de 2011, le contestó un hombre y le dijo que no conocía a Karina. Guadalupe siguió marcando hasta que le enviaron mensajes amenazantes.

La mujer muestra los últimos mensajes de texto de su hija, que ha guardado por casi tres años. “Ya quiero cambiar de teléfono, pero no sé cómo pasarlos a otro celular”, explica. Lee uno en el que Karina le pide que recoja su auto, que dejó en una calle cercana a la casa. Otro que forma parte de una discusión por dinero para mantener a la pequeña. Otro en el que Karina avisa donde va a estar.

Es enero de 2013. Guadalupe sabe que ninguna autoridad ha movido un dedo para buscar a su hija. Los amigos y familiares le dicen que la busque en los Semefos. Pregunta: ¿Hay muchos semefos?, ¿solo llego y pido que me dejen ver los cuerpos de mujeres de cierta edad? Termina la entrevista: “póngale ahí que su hija, que ahora tiene siete años, anda buscando a Karina”.


Publicado originalmente en El Universal Gráfico el 22 de enero de 2013. 

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