jueves, 4 de abril de 2013

La supervivencia después del escape




Lydiette Carrión

Estrella es cualquier adolescente mexicana. Sudadera, jeans, un poco de acné.  Con cara de niñita no aparenta ni sus 16 años; sólo se permite un acto de coquetería: el rímel, que convierte sus ojos en dos girasoles negros. Quien la viera no podría imaginar que, cuando tenía 14 años, fue secuestrada junto con una prima de la misma edad, y explotada sexualmente por una red de tratantes, desde el 27 de enero al 14 de abril de 2011. Así son las víctimas: invisibles. Pueden ser la chica que pasa al lado.

A los cinco días de ser levantada, Estrella fue violada por 23 hombres, y explotada en bares sobre carreteras del estado de Puebla; sus captores la drogaban y amenzaban.

Pero escapó  bajo condiciones que casi nadie logra remontar. Superó la falta de claridad mental que le dejaban las drogas, la privación de alimentos y sueño, y aprovechó una oportunidad, sabiendo que si fallaba no la contaría. Pasó al menos un día y medio en un viaje azaroso, hasta que llegó a casa, en un poblado del Estado de México. El 15 de abril, la policía rescató a su prima y al menos 4 adolescentes más y detuvo a 10 personas.

Ahora, a  los 16, Estrella relata la segunda parte de su historia; quizá no tan novelesca, pero definitivamente no menos heroica: la supervivencia después del escape.

Junto a su prima, regresó a su pueblo, donde todo el mundo supo lo que les pasó, publicado con nombre y apellidos en el diario local. Las niñas de su edad no creyeron que fueron secuestradas y las culparon. En la calle les gritaban “sidosas”. Rechazadas y lastimadas, dejaron de estudiar por casi dos años.

Estrella se encerró en su cuarto. Pasaba los días drogándose, bebiendo y fumando. No pudo detener la adicción que desarrolló en su cautiverio. “Me volví bien amargada”, dice. “Le gritaba a mi mamá: ‘¿Por qué no me buscaste?, si yo hubiera tenido una hija la hubiera buscado hasta debajo de las piedras’”. Lo cierto es que su familia sí la buscó. Peinó todos los pueblos y barrancas aledañas, así como poblados de Morelos e incluso Puebla. Sólo que se las llevaron más lejos.

A finales de 2011, llegaron sus 15 años. No hubo celebración. En casa no había ni gas ni comida. El salario de su padre como obrero había sido rebasado por los gastos de la búsqueda. Entonces una fundación supo del caso y se puso en contacto.

Estrella vivió un tiempo en el albergue de la fundación Camino a Casa. Poco a poco dejó su adicción a las drogas.  “Hace un mes dejé de fumar”, agrega, orgullosa, en una cafetería de la colonia Condesa. Para ello fue clave relatar lo que le había pasado.

Ya había regresado a casa, pero el único de los acusados que ha sido liberado –porque al momento de su detención tenía 17 años– fue a buscarlas. Por seguridad, Estrella tuvo que irse de su pueblo.

Hace poco supo  que todos los delitos del fuero común (en tribunales poblanos) se cayeron: lenocinio, corrupción de menores y secuestro. Aunque Estrella se presentó como testigo de un asesinato, jamás se inició proceso. Ahora sólo queda el juicio por cargos federales: delincuencia organizada. Decidió darle seguimiento. Va con frecuencia a PGR y en muchas ocasiones sale llorando: traspapeleo de expedientes, jamás dieron seguimiento a las otras víctimas...

“Ha habido momentos en que me he tirado al suelo a llorar y digo ‘ya me cansé, ya no puedo, ya no quiero… pero luego viene a mi pensamiento: ¿Valió o no valió la pena escaparme, que una niña diera su vida, para que yo me quede ahí, tirada, diciendo que la vida no vale nada?”. Estrella llora.

Ha presentado las primeras asignaturas para terminar la secundaria. Su materia favorita es Historia.  “Me encanta”, dice, y se le iluminan esos ojazos negros, salpicados de lágrimas. Agrega: “quiero ser abogada y ayudar a otras víctimas de trata”. Esas víctimas invisibles, que pueden ser la chica que pasa al lado… 

* Texto publicado el martes 2 de abril de 2013 en El UniversalGráfico. 

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