Lydiette Carrión
Estrella es cualquier adolescente mexicana. Sudadera, jeans,
un poco de acné. Con cara de niñita no
aparenta ni sus 16 años; sólo se permite un acto de coquetería: el rímel, que
convierte sus ojos en dos girasoles negros. Quien la viera no podría imaginar
que, cuando tenía 14 años, fue secuestrada junto con una prima de la misma
edad, y explotada sexualmente por una red de tratantes, desde el 27 de enero al
14 de abril de 2011. Así son las víctimas: invisibles. Pueden ser la chica que
pasa al lado.
A los cinco días de ser levantada, Estrella fue violada por
23 hombres, y explotada en bares sobre carreteras del estado de Puebla; sus
captores la drogaban y amenzaban.
Pero escapó bajo
condiciones que casi nadie logra remontar. Superó la falta de claridad mental
que le dejaban las drogas, la privación de alimentos y sueño, y aprovechó una oportunidad,
sabiendo que si fallaba no la contaría. Pasó al menos un día y medio en un
viaje azaroso, hasta que llegó a casa, en un poblado del Estado de México. El
15 de abril, la policía rescató a su prima y al menos 4 adolescentes más y detuvo
a 10 personas.
Ahora, a los 16,
Estrella relata la segunda parte de su historia; quizá no tan novelesca, pero definitivamente
no menos heroica: la supervivencia después del escape.
Junto a su prima, regresó a su pueblo, donde todo el mundo
supo lo que les pasó, publicado con nombre y apellidos en el diario local. Las
niñas de su edad no creyeron que fueron secuestradas y las culparon. En la
calle les gritaban “sidosas”. Rechazadas y lastimadas, dejaron de estudiar por
casi dos años.
Estrella se encerró en su cuarto. Pasaba los días
drogándose, bebiendo y fumando. No pudo detener la adicción que desarrolló en
su cautiverio. “Me volví bien amargada”, dice. “Le gritaba a mi mamá: ‘¿Por qué
no me buscaste?, si yo hubiera tenido una hija la hubiera buscado hasta debajo
de las piedras’”. Lo cierto es que su familia sí la buscó. Peinó todos los
pueblos y barrancas aledañas, así como poblados de Morelos e incluso Puebla.
Sólo que se las llevaron más lejos.
A finales de 2011, llegaron sus 15 años. No hubo celebración.
En casa no había ni gas ni comida. El salario de su padre como obrero había
sido rebasado por los gastos de la búsqueda. Entonces una fundación supo del
caso y se puso en contacto.
Estrella vivió un tiempo en el albergue de la fundación
Camino a Casa. Poco a poco dejó su adicción a las drogas. “Hace un mes dejé de fumar”, agrega,
orgullosa, en una cafetería de la colonia Condesa. Para ello fue clave relatar
lo que le había pasado.
Ya había regresado a casa, pero el único de los acusados que
ha sido liberado –porque al momento de su detención tenía 17 años– fue a
buscarlas. Por seguridad, Estrella tuvo que irse de su pueblo.
Hace poco supo que
todos los delitos del fuero común (en tribunales poblanos) se cayeron: lenocinio,
corrupción de menores y secuestro. Aunque Estrella se presentó como testigo de
un asesinato, jamás se inició proceso. Ahora sólo queda el juicio por cargos
federales: delincuencia organizada. Decidió darle seguimiento. Va con
frecuencia a PGR y en muchas ocasiones sale llorando: traspapeleo de
expedientes, jamás dieron seguimiento a las otras víctimas...
“Ha habido momentos en que me he tirado al suelo a llorar y
digo ‘ya me cansé, ya no puedo, ya no quiero… pero luego viene a mi
pensamiento: ¿Valió o no valió la pena escaparme, que una niña diera su vida,
para que yo me quede ahí, tirada, diciendo que la vida no vale nada?”. Estrella
llora.
Ha presentado las primeras asignaturas para terminar la
secundaria. Su materia favorita es Historia. “Me encanta”, dice, y se le iluminan esos
ojazos negros, salpicados de lágrimas. Agrega: “quiero ser abogada y ayudar a
otras víctimas de trata”. Esas víctimas invisibles, que pueden ser la chica que
pasa al lado…
* Texto publicado el martes 2 de abril de 2013 en El UniversalGráfico.
* Texto publicado el martes 2 de abril de 2013 en El UniversalGráfico.
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