Lydiette Carrión
Conocí a Cleidi el 10 de mayo pasado. Una joven de 22 años salvadoreña, bajita, regordeta, apiñonada y una sonrisa brillante. Me contó su historia, mientras daba de comer a mexicanos y centroamericanos por igual.
Cleidi trabajaba 12 horas como mesera en su país natal El Salvador, y no le alcanzaba para mantener a su hija de seis años, a quien llamaremos Rosa. Un día, encargó a su nena con familiares, agarró un dinerito, una muda de ropa y emprendió el camino rumbo a Estados Unidos. En México, en Tenosique, Tabasco, montó el tren, “la Bestia”.
En los trenes, le robaron lo poco que traía, unos tipos trataron de abusar de ella, pero se salvó, cuenta, porque rezó muy fuerte. Vio cómo una señora quedaba bajo las ruedas del tren, despedazada; y por poco ella misma pierde la vida al saltar de un vagón.
Sin un peso y exhausta, Cleidi llegó al albergue de migrantes en Lechería el Estado de México, que, se calcula, recibía a unos 200 migrantes diarios.
Ahí tuvo oportunidad de llamar a su pequeña Rosa. Sin embargo, no tuvo corazón para decirle que apenas estaba en México, a la mitad de camino, y que estaba viva de milagro. Le mintió: dijo que ya había llegado a EU. Rosa se puso muy feliz y le pidió a su mamá un cochecito de baterías de “Princesa”.
Cleidi pasó un mes en el albergue, y se enteró que rumbo al norte (San Luis, Piedras Negras) estaba peligrosísimo. Con los zetas dominando las carreteras, hay una alta probabilidad de ser secuestrado y terminar en una fosa clandestina. Los migrantes mexicanos también se encontraban horrorizados.
Esto fue hace unos meses. No sé qué ha pasado con Cleidi; sólo sé que estaba buscando enviarle el cochecito a Rosa. Pero este lunes, las autoridades del albergue de Lechería anunciaron su clausura. Los vecinos perciben a los migrantes como un peligro y se han dado enfrentamientos entre migrantes y mexicanos. Las autoridades no han hecho nada para solventar esta situación.
En el norte del país, han cerrado otros albergues debido a las extorsiones del crimen organizado. En el sur, el padre Solalinde (gran defensor de los migrantes) tuvo que dejar por un tiempo el país, debido a amenazas. En estos días, sólo queda clara la poca solidaridad que los mexicanos hemos mostrado hacia nuestros hermanos centroamericanos. Parece que sólo “damos posada” cuando cantamos villancicos el 24 de diciembre. Hoy me da vergüenza nuestra mezquindad.
Columna Rendija publicada el 11 de julio de 2012.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario