* Historia publicada en El Universal Gráfico el 10 de abril de 2012
Julio
César Hernández Ballinas telefoneó a su suegra, Irinea Buendía, y le dijo: Tu
hija Mariana se suicidó. La hallé colgada. Era el filo de las 7 de la mañana
del 28 de junio de 2010.
Irinea,
otra de sus hijas y el esposo de ésta se trasladaron en menos de media hora al
hogar de Mariana, en el municipio de Chimalhuacán. Encontraron la casa abierta.
Ballinas (como todos llaman a Julio César) se había ido. Aunque era policía
judicial, dejó la escena del crimen sin resguardo.
Irinea
entró hasta la recámara y encontró el cadáver de su hija Mariana recostado en
la cama. Presentaba rigidez y lesiones: rasguños en el cuello, en la frente y
moretones en las piernas. El pelo estaba revuelto, y su cuerpo había sido
bañado y secado: tenía esas arrugas que deja el haber pasado mucho tiempo en el
agua. Los pies estaban descalzos y limpios, mientras que el piso estaba sucio.
Irinea y
sus familiares tomaron fotografías de baja resolución con la cámara de su
celular. En la recámara había una bolsa con documentos importantes y maletas
con ropa: los preparativos de Mariana para dejar a su esposo. Se iba por las
golpizas que aquél le propinaba, la violencia y las amenazas de muerte que le hacía
–incluso Ballinas le hablaba a Irinea y le decía que iba a matar a Mariana.
A los
pocos minutos llegó Ballinas con los agentes ministeriales. Irinea lo cuestionó
por haber movido el cuerpo, ya que existe un protocolo de cadena de resguardo,
el cual Julio César conocía por ser policía judicial.
En su
declaración, Ballinas dijo que llegó antes de las 7 de la mañana de trabajar.
Como nadie le abrió, entró por una ventana (que, por cierto, siempre permanecía
cerrada) y encontró a Mariana colgada. Trató de resucitarla, la acostó en la
cama y le masajeó las piernas. (En una segunda declaración, por cierto, dijo
que había pasado la noche con una amante.)
Sin
embargo, Irinea constató que a las 7:30 de la mañana el cuerpo ya presentaba
rigor mortis. Los análisis practicados un par de horas más tarde indicaron que
llevaba entre 8 y 10 horas sin vida; había muerto entre las 11 y las 12 de la
noche. ¿Ballinas acaso había tratado de “revivir” un cuerpo frío con rigor
mortis?, cuestiona la familia.
El
cuerpo de su hija no fue lo único que no encuadraba con la versión del suicidio:
dos toallas húmedas, un celular, un control de televisión y cuchillos en el
baño, así como botellas de esmalte tiradas en el piso. No había un solo bote de
basura en toda la casa. Y uno de los tambos de agua-- siempre llenos—había sido
vaciado.
Los
ministeriales levantaron el cadáver en 10 minutos. Las fotografías tomadas por
los peritos estaban desenfocadas, sin mejor calidad las del celular de Irinea y
describieron la postura del cadáver en dos párrafos, explica el abogado Rodolfo
Martínez. Inclusive, añade, son contradictorios los peritajes sobre la mecánica
de asfixia que mató a Mariana.
Las
pruebas están viciadas de origen, resume la señora Irinea: “en la averiguación
previa no señalan que el cuerpo de mi hija fue movido. No se cumplió con el
protocolo de investigación, no se recopilaron indicios, no se recuperó el
cordón, con el que supuestamente se había ahorcado, sino hasta 11 meses
después. Tampoco se hizo raspado de uñas”.
Creer en la ley
Mariana creía
en la ley. Era pasante de abogado por la UNAM e iba a iniciar su tesis de titulación,
explica su madre. Desde 2006, trabajó en el Centro de Justicia de Chimalhuacán.
Ahí conoció a Ballinas, quien la convenció de dejar de trabajar después de
casarse.
Pero la
ley le ha fallado a Mariana y a su madre. “Denuncié las omisiones en la
averiguación previa”. Hace unos meses, una juez decretó el no ejercicio de la
acción penal en contra de Ballinas. Actualmente, la familia ha interpuesto un
amparo indirecto contra las deficiencias en la investigación. Irinea espera que
ahora sí la justicia no le falle a Mariana.
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