viernes, 3 de abril de 2009

Jerónimo y la toma del estadio

Me encontraba en la cafetería de la Facultad de Filosofía, cuando llegó una brigada que pedía refuerzos para tomar el estadio de Ciudad Universitaria. Al día siguiente se formaría un Frente Universitario en Defensa de la Educación Pública y Gratuita, para crear una especie de federación de organizaciones estudiantiles de todo el país.

Todos tenían suéteres o playeras amarradas a la cabeza, para evitar ser identificados y ser acusados de despojo a la nación. Corría el rumor de que la toma del estadio (concesionado al club Pumas de la UNAM) traería más consecuencias legales que la propia toma de las facultades y escuelas.

Llegaron  patrullas y vochitos de Auxilio UNAM, y los policías se hicieron de palabras con los huelguistas. Pero no pasó a mayores. Por la noche se quedaron varios  –hombres, sobre todo, al evaluar que era una toma de riesgo—a resguardar los accesos.

Esa noche llevé a mi hermano Jerónimo, que entonces tenía 10 años, a acampar al Centro Cultural Universitario.

Jerónimo era un niño muy luminoso y muy sociable, y fue adoptado inmediatamente por los huelguistas. Lo pasearon por el espacio escultórico, le dieron de comer, y jugaron con él.

Jerónimo cenó galletas marías con leche y tierra, mis amigas lo chulearon  y cantó con todos al calor de la guitarra y la fogata. No sé qué estaba pensando mi mamá al dejarlo ir conmigo. Aunque, a decir verdad, no recuerdo si realmente le pedimos permiso y sólo de avisamos desde un teléfono público.

Por la noche, dormimos cinco o seis en una tienda de campaña, y a cada rato alguien gritaba que sentía un tlacuache en los pies. Entonces todos gritaban, se levantaban, la casa de campaña se caía, nos reíamos, volvíamos a apuntalar la tiendita y nos volvíamos a acostar.

Por la mañana fuimos al estadio. Jerónimo entonces se convirtió en una especie de mascota para los huelguistas más bravos, miembros muchos de la Comisión de Seguridad, elegidos para resguardar las instalaciones.

Estaban preparando el Encuentro. Las puertas seguían cerradas. Pero, al ver a Jerónimo, decidieron que era necesario educar a los futuros activistas y de brazo en brazo lo pasaron por encima de una reja. Me dijeron: “nos vemos en la puerta tres” (o cuatro o cinco, no recuerdo). Mientras, Jerónimo bajó a la cancha de futbol, le enseñaron consignas de marchas, lo adoctrinaron acerca del movimiento estudiantil, le explicaron que ese movimiento era para futuros jóvenes como él.

El encuentro estudiantil estuvo más bien pinchurriento, aunque el CGH se colgó la medallita de haber convocado a 20 mil personas. Llegaron varias organizaciones, pero la famosa federación jamás logró concretarse del todo. Lo más relevante fue que algunos paristas se pintaron letras en las nalgas y formaron juntos una porra en el estadio.

Jerónimo llegó a casa y, no sé qué le contó a nuestro hermano Jorge, el mayor, y a sus amigos, pero todos querían ir a acampar a la huelga, cazar tlacuaches, tomar instalaciones y comer en la cafetería de Filos.

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