Desde el helicóptero, el Campamento de Balletos parece un pueblito de ensueño: la pequeña iglesia, la plaza, el breve muelle junto a la costa de aguas claras y serenas.
Ya en tierra firme algunos detalles revelan la condición de "colonia penitenciaria": los militares en puntos estratégicos, una inusual población de uniformados de la Secretaría de Seguridad Pública.
Y, sin embargo, los niños corretean, la gente saluda y sonríe; frente a una tiendita, algunos varones se toman un refresco. Es difícil pensar que muchos de ellos están purgando sentencias largas por delitos como homicidio o tráfico de drogas.
Frente al muelle, los artesanos muestran su mercancía, mucha de la cual lleva alguna inscripción que conmemora los Cien años de las Islas Marías.
LA VISITA
Leonardo lleva 13 años preso, cinco en las Islas Marías y siete años sin saber nada de su familia. En el año nuevo de 2001 pintó una tarjeta navideña para su segunda esposa y sus hijos, pero no tiene adonde enviarla. "¿Te la enseño?", pregunta entusiasmado: un árbol de Navidad y un paisaje nevado contrastan desde el papel con el sol y la playa de la Isla Madre.
"La estrella en la copa del árbol es su mamá, Albita; las esferas son mis hijos, y ésta (señala una esfera rota en el suelo junto al árbol) soy yo".
Leonardo es un hombre de unos 45 años, pequeño, moreno, de ojos claros. Él diseñó el logotipo que conmemora los cien años de las Islas Marías.
Con la obra titulada: "Un domingo cualquiera y sin visita", ganó en 1998 el primer lugar nacional en el concurso "David Alfaro Siqueiros", que antes realizaba el "Buzón Penitenciario" de la Secretaría de Gobernación.
En los últimos siete años "nunca han venido a visitarme", dice, y sus ojos reprimen un pesar. Sin embargo, hace unos días recibió una llamada de una de sus hijas, que vive en San Luis Río Colorado, Sonora.
Ella tiene 17 años. "Tenía 13 años que no sabía de ella y apenas hace tres días me habló y me dijo: ‘papá, te voy a enviar una foto de mis 15 años’".
Leonardo tuvo cinco hijos, dos hijas de un primer matrimonio y tres niños del segundo.
Dos años antes de ser trasladado a las Islas Marías (antes se encontraba en un penal de Tijuana) perdió contacto con su segunda esposa. La familia se mudó y vendió la casa. Leonardo nunca los pudo volver a localizar.
El estar preso "es una vida muy dura; sobretodo cuando no tienes quién te visite o quién te hable por teléfono. No tienes quién te escriba una carta..." (se le quiebra la voz).
"Y eso le duele a uno mucho adentro", dice. "Siempre estás guardando una ilusión, y la esperanza crece, pero al pasar los días sin respuesta, entonces te vas para abajo".
CÁRCEL POR DROGA
Jorge Hernández Castillo, alias El Wama es famoso. Dicen que es el preso (aunque en las Islas Marías no los llaman presos, sino colonos) con más años encerrado: 44. Conoció la cárcel cuando tenía 20 años. Ahora tiene 64.
"Yo fui acusado por un homicidio que no cometí, en 1961", dice. "Me agarraron, me catearon y, a base de golpes, firmé que yo maté a Pancho Villa, a Trosky y hasta Stalin", sonríe, desde su boca desdentada.
Oriundo de la colonia Romita, fue encarcelado en Lecumberri, donde "el ambiente en ese entonces era de vicio y perdición. Me absorbió el medio ambiente. Me volví heroinómano. Aquí están la huellas", muestra sus brazos envejecidos y morenos, cubiertos de cicatrices.
El Wama consumió heroína durante 16 años, y durante ese tiempo, dice, se echaba la culpa de delitos a cambio de droga. "Si alguien dentro de la cárcel cometía un ilícito, yo le decía: ‘me echo la bronca a cambio de una dosis’".
"Llegué a acumular una sentencia de 99 años con ocho meses. Por problemas que no eran míos".
Cuando cumplió los 36 años de edad dejó la heroína. Y desde entonces "ya no tuve procesos, ya no tuve broncas, ya no tuve llamadas de atención". Por eso pide que se revise su caso, ya que está purgando delitos que no son suyos, y "las autoridades lo saben".
"Ya voy para 19 años de buena conducta. Ahora ya ni fumo. Pertenezco a Narcóticos Anónimos".
EL MAR PROVEE
Aunque el alcohol está prohibido en las Islas Marías, los colonos explican que clandestinamente se prepara una bebida llamada "turbo", hecha a base de fruta, la cual se fermenta primero y se destila después.
Además, el mar provee. Dicen que esa parte del mar es ruta de tráfico de drogas. "A veces, cuando persiguen una embarcación, los narcos tiran la mercancía al mar", dice un preso. "Entonces llega aquí a la playa".
Pero el mar también ofrece otras viandas: langostas, mariscos y pescado. Por 35 pesos es posible pedir unas ricas tostadas de pescado, refresco y piña colada sin alcohol en alguna de las fondas en el Campamento Balletos. La comida, el mar, la paz. Hasta dan ganas de irse a vivir ahí. Pero los colonos no opinan lo mismo.
"Lo primero que extraña uno cuando cae, es su casa, su calle, su ciudad", afirma un colono. A pesar de que las Islas Marías es una prisión modelo, no deja de ser prisión.
*Publicado en Milenio diario durante el centernario de las Islas Marías
domingo, 29 de mayo de 2005
Postales desde las Islas Marías
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