–Mamá, quiero un pan tostado con mi café.
–Ya te preparé una torta para el desayuno.
–Pero es que quiero un pan tostado.
La señora Cecilia cedió al antojo de su hija Esmeralda. De
su monedero sacó un billete de 20 pesos y lo dio a la pequeña de seis años, que
tenía apenas unos días de haber ingresado a primero de primaria en el turno
vespertino.
El pasado 5 de septiembre, a las 9:00 am las únicas en casa
eran Esmeralda, su mamá y su hermanita de brazos. El resto de los niños van a
la escuela en la mañana y el papá trabaja desde temprano en la Central de
Abastos.
Encaramado en el cerro y sin otro acceso que un andador
peatonal, el hogar de Esmeralda tendría una vista hermosa si no fuera ensordecedora.
La autopista México-Puebla ruge abajo, parcialmente bloqueada por las construcciones.
La de Esmeralda es la última casa. Hacia arriba, ya no hay nada, sólo campo y tiraderos.
La niña bajó el centenar de escalones hasta la Francisco
Villa, una callecita tranquila y con solo dos accesos en Los Reyes la Paz,
Estado de México. Sorteó algunos espacios sin peldaños y llenos de lodo, y otros
en los que una plaga de azotadores ha hecho difícil caminar sin aplastarlos. Una
vez en la calle, caminó menos de 2 metros hasta la primera tienda. No tenían el
pan tostado que le gusta, así que fue a un segundo comercio, a una casa de
distancia. Por fin realizó su compra. El dependiente de la primera tienda la
escuchó chanclear de regreso: llevaba los zapatos grandes de una de sus
hermanas.
Pero en los 4 o 5 pasos que separaban las tiendas del
andador, la niña desapareció.
*
La señora Cecilia Simón Basilio miró a su hija descender la larga
escalera. La perdería de vista por cinco minutos. Se metió un momento a la casa
a atender a su bebé. Cuando volvió a salir, Esmeralda ya se había tardado, así
que le pidió a un vecinito que jugaba por ahí que bajara. Éste regresó y le
dijo que Esmeralda no estaba en la calle. Cecilia encargó a su bebé a una
vecina y fue a buscarla. Inmediatamente los vecinos comenzaron a ayudarla.
Llamaron una patrulla que jamás llegó. Alguien sugirió a la madre que fuera a
la Asociación de Niños Robados, a dos horas de trayecto. Cecilia fue, le
tomaron el caso pero le explicaron que debía poner una denuncia primero.
Regresó a su casa, donde su esposo, Miguel Ángel Ramírez, ya la esperaba.
Esa tarde, en todo el Estado de México se difundió un rumor:
en ciudad Neza unos individuos andaban golpeando y matando gente. Se trató de
una mentira, pero debido a ella, los padres no pudieron trasladarse ese día a
la procuraduría de Los Reyes la Paz. La denuncia quedó registrada el jueves 6.
Los ministeriales pidieron que regresaran hasta el viernes. “¡Cómo que hasta el
viernes!”. La familia no sabía qué hacer. Los vecinos amenazaron “¡se trata de
una niñita, no de un adulto. Si no los atienden, cerramos la calle”. Finalmente
la procuraduría dio cauce a la denuncia. Pero, explica la señora Cecilia, hasta
ahora solo se han dedicado a interrogar a la familia. Han amenazado a los
padres. El señor exclama: “Si yo tuviera algo que ver con la desaparición,
¿usted se imaginaría que la estaría buscando? Lo único que pedimos a la persona
que se la llevó es que la regrese sana y salva. Que dejen a mi niña linda aquí
cerca, ella sabrá regresar a casa”.
La hermana mayor de Esmeralda sube el centenar de escalones.
Debe ir en secundaria. Lleva el uniforme impecable, el pelo perfectamente
peinado. Cuando escucha que hablan de su hermanita, no dice nada, pero un lágrima
rueda por su mejilla. Esta familia no sabe qué hacer.
Texto publicado en El Universal Gráfico el martes 18 de septiembre. Poco después fue localizado el cuerpo de la pequeña Emeralda.
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