La familia, los amigos, los vecinos velan el cuerpo de
Esmeralda. Es viernes por la mañana. Desvelados, toman café y te. La calle
Francisco Villa ha sido cerrada para el sepelio. El féretro es pequeño, está forrado,
adornado con globos y listones blancos. En la cabecera hay coronas y flores y
la foto de Esmeralda en su graduación del kínder, engalanada con toga y
birrete, imagen que fue tomada un par de meses antes de que la mataran.
El 5 de septiembre pasado, Esmeralda, de seis años de edad, salió
de su casa a comprar pan tostado y en menos de 5 minutos desapareció sobre la
calle Francisco Villa, en Los Reyes La Paz (a pocos metros de la autopista
México-Puebla). 13 días después, su cadáver fue hallado en el terreno de una casa vacía, a unos metros del lugar
donde desapareció. Juan Manuel N., uno de los adolescentes que la encontraron,
está detenido, acusado de ser el asesino.
El señor Miguel Ángel Ramírez, padre de Esmeralda, recibe a
todos los que asisten al sepelio de su hijita Esmeralda. Su esposa Cecilia está
arreglando el papeleo del panteón.
Llegan vecinos. Traen una ayuda para la familia: kilos de
arroz, frijol, o un poco de dinero. En una colonia cercana, la gente hizo una
colecta y una señora les ha llevado 200 pesos. Al pie del andador que lleva a
la casa de Esmeralda, otras vecinas preparan comida: pollo con verduras, arroz,
papas con charales.
A la cabecera del féretro, unos músicos tocan una tonada
triste y dulce, con guitarra y violín. Son tíos de Esmeralda, que viajaron desde
Hidalgo. A un lado, otras tías cuidan a sus hijos pequeños. Hablan náhuatl
entre ellas.
Uno de los vecinos que velan a Esmeralda advierte: “los
periódicos han publicado muchas imprecisiones. El día en que desapareció
Esmeralda cerramos la autopista porque no venía la policía. En la prensa salió
que éramos antorchistas”.
Otra mujer reclama: “Los peritos se portaron muy mal.
Empezaron a regañar a la mamá por haber mandado
a la tienda a Esmeralda. Pero ella la perdió de vista 5 minutos, y aquí todos
mandamos a nuestros hijos a la tienda. Todos nos conocemos”.
Los vecinos relatan que, por la noche del jueves, los padres
de Juan Manuel –acusado de haber matado a Esmeralda– llegaron a dar el pésame.
En la calle Francisco Villa, nadie cree que aquél sea culpable. Un hombre advierte
que se trata de un buen muchacho con problemas de lenguaje, y cuando se pone nervioso
tartamudea. ¿Bajo qué condiciones confesó?, cuestiona el vecino.
En cambio, el padre de Esmeralda no sabe qué pensar. Pero añade
que vio cómo el muchacho pidió perdón sus padres. “Ya confesó”, agrega. Mas no
quiere ocuparse de eso. No le toca a él, padre de la víctima, sino a la
policía. Guarda silencio un momento. “Yo le pedía a Dios que me le regresara.
Pero no así. Tenía la esperanza de que me la devolvieran viva”.
Miguel Ángel relata
que los peritos policiales no han terminado de hacer todos los análisis. Debido
al avanzado estado de descomposición en el cadáver, no se pudo examinar la
sangre, por lo que utilizarán un pedazo de cartílago. “Pero ya queríamos que
nos entregaran el cuerpo”. La noche del miércoles, la madrina de bautizo de
Esmeralda soñó con la pequeña. Ésta le decía: “por favor, madrina, ya sáquenme de
aquí”. Después de que aquélla así se lo prometiera, la niña añadió: “recuerde,
madrina, me prometió una muñeca”. Al día siguiente, la madrina llamó a Cecilia
y le dijo que Esmeralda había ido a despedirse y pedía que ya la enterraran. Le
cumplió a su ahijada y le compró no una, sino dos muñecas que guardaron en el
féretro, para que acompañen a Esmeralda en su último viaje.
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*Texto publicado en El Gráfico el 25 de septiembre de 2012