Por Lydiette Carrión
La relación entre México y Estados Unidos siempre estará en la línea de fuego, de una manera compleja, a veces torcida, tormentosa. Pero ha dejado una huella profunda en la novela moderna estadounidense, como es el caso de James Ellroy.
Tal es el caso de la obra del escritor estadunidense James Ellroy, en la que lo mexicano, si bien es marginal, está siempre presente y parece servir como inmersión a lo salvaje. En cada novela existe al menos un pasaje, siempre oscuro, atrayente y repelente, marcado por el sexo, la muerte y lo desconocido.
En su primer libro, Réquiem por Brown, esta relación con el mexicano es amable. El protagonista por un momento envidia la marginalidad del migrante, ya que conlleva la libertad. El detective Fritz Brown y Stan buscan a “Fat Dog”, un caddie y delincuente, que acampa cada noche en los campos de golf. “Había venido a hablar con un asesino, un sicótico cuya forma de vida me resultaba incomprensible, pero por un segundo envidié la soledad de su refugio. Si vivía ahí tenía muy buen gusto y disfrutaba lo mejor de dos mundos”.
Ese “buen gusto” que envidia Brown pertenecen también a los mexicanos que apenas han llegado a Estados Unidos.
Paré y de pronto nos vimos sorprendidos por una música mexicana. A continuación oí risas. Al irse acostumbrando mis ojos a la oscuridad pude distinguir una barraca de gran tamaño a mi derecha. Había unos hombres sentados en las escaleras de la entrada bebiendo cerveza…
—Hola —dije—, estamos buscando al Perro, perro grande y blanco.
Eso rompió el hielo. Las cinco o seis voces que contestaron a mi pregunta eran amables. Por lo que pude entender, todos dijeron lo mismo. No habían visto a ningún perro grande y blanco. Debería haberles dicho que buscaba un perro gordo, pero no sabía decirlo en español…
Cuando Stan y yo nos introdujimos de nuevo en la oscuridad, volvieron a poner música mariachi. En silencio, les deseé una vida feliz en América.
Viajes internos
Beverlly Hills
México nunca es el escenario principal de las pesadillas policiacas de Ellroy. Ese honor sólo está reservado a la ciudad de los Ángeles. Pero en los momentos más oscuros México emerge como escenario alterno, inestable, inseguro y mortal.
En La Dalia Negra, obra que inaugura el L.A. Quartet (cuatro novelas ambientadas en Los Ángeles de los años cuarenta y cincuenta, y en las que Ellroy mezcló hechos históricos con la ficción), el detective Bucky Bleicher realiza una jornada de introspección en los paisajes de Baja California. Bucky emprende un viaje en coche desde Los Ángeles a Tijuana primero y después a Ensenada, en busca de su compañero policía Lee Blanchard.
En la literatura de Ellroy pervive esta imagen de Tijuana y Baja California como un patio trasero; un sitio destinado al turismo más oscuro; un urinal.
México nunca es el escenario principal de las pesadillas policiacas de Ellroy. Ese honor sólo está reservado a la ciudad de los Ángeles. Pero en los momentos más oscuros México emerge como escenario alterno, inestable, inseguro y mortal.
Bucky llega a un bar, el último bar de una oscura calle en Ensenada, llamado “Satán”, una construcción de adobe con un “ingenioso” letrero de neón: un diablo con una erección en forma de tridente. El cadenero era un pequeño “camisa marrón” (es decir, un policía federal) que escudriñaba a la clientela. Las charreteras de su uniforme estaban llenas de billetes de a dólar.
Los marines y marineros podían masturbarse mientras miraban a las bailarinas. Algunos pagaban por sexo oral debajo de la mesa. Un burro con cuernos de diablo atados a las orejas comía heno en un rincón… En suma, turismo sexual, de mala muerte, totalmente dedicado al “gringo” de tropa, a los uniformados, satura la imagen de pesadilla de un lugar miserable y corrupto…
Como ente temible y taciturno en las historias de Ellroy estará la policía mexicana, compuesta de hombres amables si hay dinero de por medio. Pero, detrás de una aparente docilidad frente al gringo, las cosas pueden tomar otro matiz, y nadie, nunca, hallará tu cadáver.
Bucky visita un cementerio clandestino destinado a los despojos de los rurales. “Hay un hoyo de arena por la playa. Los rurales tiran fiambres ahí. Un chico me dijo que vio a un montón de tropa enterrando a un hombre blanco, grande…”, le dice un soplón a Bucky.
Como ente temible y taciturno en las historias de Ellroy estará la policía mexicana, compuesta de hombres amables si hay dinero de por medio. Pero, detrás de una aparente docilidad frente al gringo, las cosas pueden tomar otro matiz, y nadie, nunca, hallará tu cadáver.
La fosa clandestina estaba a diez millas al sur de Ensenada. Justo al lado de la costera, mirando hacia el océano. Una gran cruz, en llamas, marcaba el lugar. El soplón le explica: “No es lo que tú crees. Los locales mantienen esto prendido porque no saben quién está enterrado aquí y muchos de ellos tienen personas queridas que están desaparecidas. Ellos queman las cruces y los rurales lo toleran…”
Bucky encontró a su compañero enterrado, putrefacto, mirando al mar, en tierra mexicana. Ahí lo dejó. No le dijo a nadie dónde estaba su cadáver.
El amor mexicano
L.A. Confidential, la película
En L.A. Confidential Ellroy describe el amor socialmente inapropiado entre el detective Ed Exley e Inez Soto, víctima de una violación en pandilla. El policía sabe que no puede hacerla su esposa porque eso destruiría su carrera. Ella acepta el concubinato porque después de la violación su familia la ha rechazado y, explica, “ningún mexicano se acercará a una mujer que fue violada por una pandilla de negritos putos (en español en el original)”.
Pero pasan los años e Inez transita de un amor tibio, medido y marcado por el resentimiento, a la frialdad y luego al desprecio. Lo único que le queda a ella en la vida es su lugar de trabajo, Dreamland (Disneylandia); sólo la ejemplificación más burda del sueño americano apacigua el dolor y las heridas internas de Inez. Heridas que el amor del hombre blanco sólo lastimó aún más.
Queda así la mujer mexicana definida por una belleza oscura e inquietante, pero siempre distante, resentida. Incapaz de amar con certeza al hombre blanco. Y el hombre blanco llevará ese amor con culpa y en secreto. Porque lo correcto sería despreciarla. ®
Publicado en Replicante
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Ya se te extrañaba Lydiette, es fuerte saber que somos vistos solo como un urinal, lamentablemente en muchas ocasiones asi somos, pues vivimos a expensas de nuestros vecinos del norte, aunque me parece demasiado misogino creer que una mujer independientemente de su condición sea unicamente receptora de un amor lastimero. Ojala pudieramos cambiar esa vision que los demas tienen de nosotros.
ResponderBorrarperdón. me desorganicé con mis tiempos y las chambas que pagan lo importante. prometo no volver a dejar de actualizar el blog tanto tiempo. abrazo.
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