Lydiette Carrión
Se llevaron a los dos: Arisbeth Sánchez Izalde, de 15 años,
y a su hermano, a quien llamaremos José, de 10. Sólo uno ha regresado.
El 25 de febrero, alrededor de las seis de la tarde,
Arisbeth y su hermanito pidieron permiso para ir a la tienda a comprar una
golosina. Ella traía el pelo mojado; acababa de bañarse. Probablemente estaba
nerviosa, porque en los próximos días iba a presentar el examen de ingreso a
bachillerato; además, acababa de cumplir los 15 años, aunque no tuvo fiesta,
porque esperaban tiempos mejores
económicamente. Su papá le había prometido una
gran celebración para cuando cumpliera 16.
Salieron de su casa –localizada en un callejón– y caminaron
hasta la Álvaro Obregón, una calle estrecha, con banquetas igualmente estrechas
que desaparecen por momentos, en la colonia Santa María Chiconautla, Ecatepec,
Estado de México. Avanzaron unos 150 metros. A la altura del entronque con la
calle Miguel Hidalgo, cuando estaban por llegar a la tienda, se les emparejó
una camioneta tipo Windstar verde oscuro. Un hombre gordo, moreno, con el pelo
cortado tipo militar, de entre 30 y 40 años les preguntó por el centro de
salud.
–Está un poco más adelante–, respondió Arisbeth. Y dio unos
pasos para seguir su camino.
Pero el hombre sacó una pistola negra de cachas cafés y
apuntó al hermanito. Les dijo:
–Si gritan, aquí se mueren. Súbanse.– Estiró un brazo y
abrió la puerta del copiloto. Los niños, aterrados se subieron al vehículo.
El hombre inició la marcha, siguió por Hidalgo hasta la
Progreso, otra calle pequeña, como la anterior. Ahí giró a la izquierda y, callejoneando
(donde las calles tienen nombres de embajadas) llegó hasta Circuito Cuauhtémoc.
Dobló a la derecha, pero a la altura de Embajada de España, se detuvo, se echó
en reversa y dio vuelta en “u”. Tomó de nuevo el circuito Cuauhtémoc, pero con
rumbo a la carretera México Pachuca, sobre la que circula el Mexibús.
Ahí doblaron a la izquierda, con dirección a la terminal Ojo
de Agua. Pasaron la estación del Mexibús Hidalgo, luego las Torres (donde días antes había
desaparecido sin dejar rastro otra jovencita
de 17 años, de nombre Lucía Joselyn Robles Sánchez). Doblaron a la derecha y se
internaron en Los Héroes, Santa María Chiconautla. Entonces, el hombre hizo una
llamada.
–Ya la tengo arriba.
Colgó.
Callejonearon por otro rato. Se detuvieron frente a un
terreno baldío y solitario. El hombre ordenó a Arisbeth que se trasladara al
asiento trasero y colocara sus manos a la espalda; después la inmovilizó con
unas esposas de metal. “Empínate en el asiento y no te asomes”. El hombre hizo una segunda llamada. Pidió la
clave para un depósito. Ordenó a la niña que la memorizara. José no recuerda
los números.
El auto siguió la marcha. Circuló sobre Ojo de Agua, una
calle ancha y yerma; dio vuelta en Las Moras, aún más desierta, con un enorme
campo baldío a un lado y construcciones sin terminar en el otro. Ahí los
tráilers suelen detenerse a descansar. El hombre ordenó a José que se bajara de
la camioneta. “Va a pasar por ti un auto rojo”, le dijo.
Arisbeth, que ya llevaba un rato llorando en el asiento
trasero, se puso frenética:
–¡Llévanos a los dos!–, le suplicó.
–¡Que te calles! ¡Ya me hartaste!
Sacó a José. El auto
arrancó con Arisbeth esposada en el asiento trasero.
José permaneció ahí, en el entronque de Ojo de Agua y Las
Moras por horas, en shock y esperando al auto que nunca llegó. Una mujer
finalmente se acercó y le preguntó si estaba bien. Él se soltó en llanto:
“Se llevaron a mi hermana”.
La mujer lo llevó a una panadería que estaba a unos metros,
sobre Ojo de Agua. Ahí pidieron ayuda.
Nadie ha pedido rescate, no hay pista alguna sobre el
paradero de Arisbeth.
Este es quizá el primer caso que atienda desde el inicio la
nueva fiscal contra la Trata de Personas de la procuraduría del Estado de
México, Guillermina Cabrera Figueroa.
Texto publicado en El Universal Gráfico el 12 de marzo de 2013.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario