El 1 de agosto de 2012, alrededor de las tres de la tarde,
Thalía González Martínez, de entonces 19 años, se vistió con ropa negra, cargó
con el poco dinero que le quedaba, su credencial del IFE y un teléfono celular.
Luego se despidió de su familia.
Partió con una conocida suya, Lorena Torrijos. Iban a cruzar
a Estados Unidos por Reynosa. La familia de Thalía la vio alejarse y dejar el
lugar donde nació: Juando, un pueblito que apenas rebasa los mil habitantes, en
el municipio de Acambay, estado de México. Desde esa tarde nadie la ha vuelto a
ver.
La historia comenzó tres meses atrás, en mayo de 2012.
Lorena, de aproximadamente 28 años, estaba de visita en Juando. Ella vive en
Chicago desde hace 15 años y había regresado por primera vez desde entonces a
su pueblo. Durante esas vacaciones visitó constantemente a Thalía; la invitaba
a comer y a beber, pasaban horas platicando con otra mujer, tía de Lorena
—Zenaida Flores— y juntas la convencieron de emigrar en compañía de Lorena y
abandonar lo poco que tenía: un pequeño negocio de carnitas.
La joven se entusiasmó y pidió dinero a la familia.
Convenció al papá de vender una camioneta y unos puercos, y juntó 60 mil pesos:
el precio por anticipado que exigía la “coyota”. Depositó directamente a
cuentas bancarias de la familia de Lorena, quien supuestamente arregló todo el
viaje. El problema es que nadie de la familia de Thalía supo quién era la
“coyota”, ni tuvo algún contacto con ella.
De lo único que tuvieron certeza es que las dos mujeres,
quienes debían ir vestidas con colores oscuros para esconderse de la migra,
cruzarían por Reynosa, Tamaulipas.
Reynosa solía ser un lugar muy recurrido por migrantes
mexicanos, quienes cruzaban a nado el río Bravo y llegaban al área
metropolitana de McAllen, Texas. Pero actualmente se ha vuelto muy peligroso
debido al crimen organizado, en concreto Los Zetas.
La gente de Juando (un pueblo del cual han debido migrar
muchas personas a Estados Unidos) ahora emigra por Piedras Negras, Coahuila,
explica el hermano de Thalía, Daniel González Martínez.
El 1 de agosto las vieron partir. El día 2 la madre llamó al
celular de Thalía, pero nunca entró la llamada. La familia intentó comunicarse
al celular de Thalía y al de Lorena los días siguientes sin éxito. A los ocho
días, Lorena Torrijos ya se encontraba en Chicago y se comunicó a Juando. Dijo
que Thalía “no había aguantado ni tres horas en el desierto” y que se había
entregado a la patrulla fronteriza.
Agregó que la habían dejado en McAllen, pero que no se
preocuparan, la iban a “maquillar” y los “coyotes” la pasarían a través de la
garita con una mica (visa) falsa.
—Pero si ya estaba en McAllen, ¡ya había cruzado!, ¿por qué
tenía entonces que cruzar de nuevo?, exclama el hermano de Thalía, Daniel
González Martínez. Más aún, se cuestiona: “¿De cuál desierto hablan en el área
metropolitana de McAllen?”.
Pasaron los días, los meses. Lorena reportó la desaparición
de Thalía en un consulado, dijo que era su prima y después dejó de contestar
las llamadas de los familiares de la joven, quienes denunciaron los hechos ante
el MP mexiquense en diciembre de 2012. Pero hasta la fecha no han visto que se
inicie una investigación o se de alguna coordinación con autoridades federales
y tamaulipecas.
“Yo sólo quiero que me digan dónde está, qué hicieron con
ella”, se duele la madre de Thalía, la señora Eulogia Martínez.
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