Era una fiesta entre familiares: primos, tíos, amigos
cercanos. Así que los padres de Anayeli Garduño Tenorio, que entonces tenía 15
años, y de su primo Cesar Garduño Becerra, de 13, les dieron permiso.
El evento tenía lugar en la pequeña comunidad de Minita del
Cedro, municipio de San José del Rincón, Estado de México. Era el 15 de marzo
de 2008. El baile se desarrolló en un rancho. Entre las 11 y las 11:30 de la
noche, otra prima dijo que estaba cansada y que se quería ir. César tomó el
coche, porque ya sabía manejar en terracería, y junto con Anayeli, le dieron un
aventón. La dejaron en la puerta de su
casa, y ella miró cómo se alejaban. Fue la última persona que los vio.
Se sabe que regresaron
al lugar de la fiesta, porque el coche quedó estacionado en el mismo
sitio de donde lo habían tomado. Pero en el trayecto a pie desde el auto al
baile–un tramo solitario, oscuro y lleno de árboles– algo pasó.
Alrededor de las 12
de la noche, el padre de Anayeli recibió una llamada: tenían secuestrada
a su hija, y si la querían volver a ver, deberían juntar 50 mil pesos y llevar
el dinero a cierto tramo de la carretera
México-Querétaro, a las seis de la mañana.
Media hora después, la propia Anayeli llamó al celular del
padre de César, que en ese momento dormía junto a su esposa, en su hogar de Valle
de Chalco . Le dijo: “por favor, tío, háblale a mi papá, porque se nos ponchó
una llanta”. Llamaron. Contestó la mamá de Anayeli. Dijo que todo estaba bien y
que ellos se harían cargo.
Pero Araceli Becerra, madre de César, se desconcertó: su
hijo sabía cambiar neumáticos. Algo no estaba bien. Marcaron de nuevo. Esta vez
contestó el padre de Anayeli y le dijo a su hermano: “Mira, carnal, no sé si es
una broma, pero dicen que tienen secuestrada a Anayeli”.
Los padres de César salieron inmediatamente rumbo Minita del Cedro.
Esa madrugada fue interminable. Toda la familia se movilizó
para conseguir el dinero del rescate. Pero también las cosas se estaban dando
de manera inusual: mientras el celular de César estaba apagado y los
secuestradores no habían exigido rescate por él, Anayeli en cambio, contestaba
personalmente su teléfono.
Para las 4:00 am, cuando los padres ya se dirigían al punto de reunión, recuerda la madre de
César, Anayeli contestó el teléfono a
sus tíos en dos ocasiones. Repetía lo mismo: el dinero del rescate. En la línea
se escuchaba otra voz, que le ordenaba lo que tenía que decidir. Cuando se le
preguntaba por César, parecía que le arrebataban el teléfono y colgaban, o
decía que lo tenían amarrado, que no estaba ahí.
A las seis de la mañana la familia estaba en el lugar
indicado por los secuestradores. Pero nadie más llegó. Han pasado más de cuatro
años. No se conoce el paradero de Anayeli o de César.
Tiempo después, los registros revelarían que las llamadas
realizadas o recibidas desde el celular de Anayeli esa madrugada fueron hechas
en los alrededores de Minita del Cedro. Se presume que ni ella ni César se movieron
de la zona durante todo el transcurso del 15 y 16 de marzo de 2008.
El primer año de la
búsqueda fue pura extorsión para los padres de ambos primos. El dinero del
rescate, y mucho más, se fue en pagar a los policías. Después de que los
judiciales a cargo se dieron cuenta de que ya no había más dinero, abandonaron
el caso. Pero Araceli, madre de César continúa en la búsqueda. Le ha costado
caro. Ha decidido sacar a sus otros hijos de la región, por seguridad, ha
sufrido problemas de salud, debido a la presión, pero, asegura no dejará de
indagar qué fue lo que pasó esa noche.
*Publicado el 13 de agosto de 2012 en El Universal Gráfico.
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